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Albania, el país de las águilas 52. Atravesando las montañas del Trueno.


 

El bosque me pareció más impenetrable y misterioso que en la tarde anterior. Dorian nos preguntó, por cortesía, qué tal habíamos dormido y nos comentó que estábamos atravesando las montañas del Trueno, los montes Ceravni o Malet e Vetëtimës, un nombre que acrecentaba la teatralidad del lugar. Las nubes se posicionaban a la baja, nos engullían, nos impedían ver en un primer momento las evoluciones de las pendientes, espectaculares, que obligaban a un avance lento, cuidadoso. Estábamos en las magníficas manos de Julián. Mientras descendíamos, la niebla tomó el camino contrario y descubrimos que los árboles habían desaparecido. En su lugar, el panorama era de vegetación escasa, de matorral, que en ocasiones era alto y redondo. Apareció el mar y las nubes se organizaron en horizontal, en capas o estratos. Lo abarcaban todo hasta los confines de donde alcanzaba nuestra vista. Me quedé pegado a la ventanilla, como un niño pequeño, embobado, y presté toda mi atención a ese espectáculo.

Los colores empezaban a vibrar con la liberación del sol. Inflamaba el blanco de las nubes, enganchadas a la montaña, potenciaba el azul vertiginoso del mar, que me recordó a mi Mediterráneo más cercano, endurecía el blanco agrisado de la tierra, como de polvos de talco sucios, el verde de la vegetación. Era todo un regalo para la vista en aquellas primeras horas del día.

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