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Albania, el país de las águilas 49. Caminata por el Parque Llogara.


 

Nuestro destino era un mirador rodeado de altos picos. El más alto era el Julio César. Se cuenta que por aquí pasaron sus tropas para enfrentarse a las de Marco Antonio, al que derrotaría definitivamente en la batalla de Anzio. Hacia el mar, los montes adoptaban nombres de santos. Permanecimos en el mirador un pequeño rato contemplando el mar y los picos cubiertos de nubes. Alguno guardaba aún amplios espacios cubiertos de nieve en su parte superior. La humedad era intensa.



Dorian comentó que aquella era zona de lobos y osos. A alguna de mis compañeras le entró un poco de miedo. Lo cierto es que no vimos rastro de ninguno de ellos. En la mitología albanesa ambos animales habían sufrido diversas vicisitudes y habían mutado en seres no demasiado cariñosos con los humanos. Del lobo se preciaban su piel y dientes como amuletos contra las enfermedades, el aojamiento y las brujas, según leí en la antología de cuentos albaneses. El oso, que antes fue humano, fue castigado con su actual aspecto por deshonrar a su madrina, lo que provocó la maldición de Dios.

Aquel ámbito era propenso para pensar en brujas y genios, en kuçedras de aspecto terrorífico en lubias con aspecto de serpiente de larga cola y varias cabezas. Les gustaban los lugares de aguas abundantes, las cuevas, los lugares misteriosos. Rebusqué entre los árboles por si alguno de esos seres de otro mundo se atrevía a acercarse a nosotros.



Nos inmortalizamos con el mar al fondo.

En la bajada, la pinaza impidió que resbaláramos en el empedrado que marcaba el camino.

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