Poco después apareció una enorme
barra de roca que se infiltraba en el mar. Era la península de Llogara. Hacia
ella nos dirigimos. Penetramos en un valle profundo e iniciamos el ascenso
hacia lo alto de la montaña. Por supuesto, por una de esas carreteras que parecía
trazada por un burro, en zigzag, como se hacía antiguamente. En Albania se
respetaba el trazado de valles y montañas, lo que implicaba un tortuoso trazado
sin túneles y puentes que facilitaran el avance. Las asociaba con aventura, con
un regreso al pasado romántico en que viajar era una lucha contra los medios,
sin comodidades. El paisaje de bosque era sencillamente espectacular. Obligaba
a ir atento. El cielo cubierto y el avance de la tarde oscurecía el ambiente.
Cuando llovía parecía que la noche se había precipitado sobre su presa.
El Parque Nacional de Llogara se
constituyó en 1960. El hotel Alpin se alzaba en su seno a 1400 metros sobre el
nivel del mar. Era un establecimiento típico de montaña, sobrio y cómodo.
Carecía de ascensor, con lo que la subida a mi habitación en el tercer piso con
la maleta fue una primera prueba para poner el cuerpo a tono para nuestra
primera caminata.
Se había hecho casi de noche,
por lo que Dorian aceleró el paso. Atravesamos el bosque denso de pinos y robles.
La senda era estrecha, aunque no peligrosa. No llovía, o se animaba, a breves
espacios, tenuemente. Al atravesar el bosque las ramas actuaban como paraguas. Los
pinos y abetos casi impedían la entrada de la luz decreciente del tímido sol.
El pino negro era el más abundante. En la bajada habría que llevar cuidado para
evitar algún percance. La subida nos llevó algo más de media hora.
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