Terminada la caminata, me subí a
la habitación y me entretuve completando mis notas, recibiendo y mandando
mensajes. No me di cuenta de que Cristina y Gustavo me esperaban para ir a otro
de los hoteles que estaba algo más abajo. No me enteré muy bien de lo que
habíamos comentado al llegar. Al bajar, Dorian me dio el recado, pero ya había
pasado un buen rato.
Me metí en el restaurante con la
intención de tomar algo de beber. No tenía nada de hambre. En un rincón del
comedor me encontré a un grupo de mis compañeras: Montse, Esperanza, Lidia,
Paula y Mariajo. Pilar y Begoña estaban sentadas en otra mesa. Quien llevaba el
peso de la conversación era Montse, decidida y provocadora, lo cual animó la
hilaridad de todo el grupo. Me mantuve en un discreto segundo plano ya que la
conversación giró sobre las relaciones con los hombres, en todos los ámbitos y
con todos los matices. Creo que no eran conscientes de mi presencia y cuando lo
fueron me preguntaron por mi opinión. Les planteé qué buscaban en la vida y
ello dio lugar a otro encendido, animado y divertido debate que nos llevó a
pedir sucesivas rondas de cervezas mientras traían la cena. Fui enterándome de
las circunstancias personales de cada una de ellas, de su pensamiento más o
menos feminista, nunca agresivo ni intolerante, de cómo les iba en la vida.
Hablaban con humor, como lo haríamos un grupo de tíos que hablaran de tías.
Los viajes deparan estos
momentos de intimidad abierta en que confías algunos de tus pensamientos
ocultos a alguien a quien casi no conoces, quizá porque tienes la seguridad de
que no los va a difundir en tu ámbito más cercano, con el que convives más a
menudo. Te abres sin peligro, sin sentir vergüenza. Por eso hago un leve apunte
y dejo para este nuestro pequeño grupo los aspectos más…cómo diría, escandalosos.
Aunque no piense el lector que darían para una narración muy subida de tono con
peligro de censura. Ahí lo dejo.
Nos fuimos a dormir con el
placer de una divertida y sustanciosa conversación.
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