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Albania, el país de las águilas 46. El monasterio de Ardenica II.

 


El impacto era inmediato. La penumbra afianzaba la solemnidad. Los muros, arcos y bóvedas estaban recubiertos de frescos ejecutados magistralmente a mediados del siglo XVIII por los hermanos Zografi. Representaban escenas del Antiguo y Nuevo Testamento. Una tropa de personajes nos observaba con severidad. Hubiera sido sencillo meditar en su interior. Después de asimilar los frescos, que seguro despistarían al visitante, creyente o no.



Se respiraba el espíritu de un pueblo, o al menos de los que pertenecían a estas creencias. Había solemnidad, misticismo, trascendencia. Sin duda, esa fue la intención de sus creadores.



Me llamó la atención el púlpito de madera dorada y forma de bulbo. Espectacular. Dorian nos llevó ante el iconostasio que seguía los cánones clásicos. Los relieves de madera eran primorosos. Los iconos incluían tres representaciones que se repetían habitualmente y una cuarta con un personaje principal. Parte de las tablas superiores eran réplicas. Lo remataba una gran cruz. La silla del patriarca estaba también finamente tallada. Todo reflejaba ese pasado esplendor al que hacía referencia.



Las sillerías de la nave central y las laterales eran sencillas.

Nos comentaron que en uno de los frescos aparecía una breve oración en cuatro idiomas (latín, griego, rumeni o valaco y albanés) que era el primer texto albanés en una iglesia ortodoxa.

Pasamos a la zona de las mujeres y subimos a lo que me recordó al coro de una iglesia católica.



Aún hubo tiempo para un último repaso. Impresionante.

Comimos en un restaurante cercano donde había varias celebraciones. La más sencilla y enternecedora era la de Katerina, que cumplía 80 años. Sólo la acompañaba su marido. Les dimos la enhorabuena.

Tomamos una suculenta parrillada de carne, abundante y variada. Con postre y cerveza fueron 1600 leks.

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