Un castillo que se precie tiene
que ser un buen mirador sobre el territorio asignado para su control y defensa.
Desde aquí las vistas sobre el valle de Osum eran gloriosas, casi bucólicas.
Las montañas cortaban el horizonte a buena altura. En otra dirección, el río
dormitaba en placenteros meandros y se alargaba por el amplio valle y un
horizonte lejano.
Las casas ocultaban misteriosos
tesoros. En parte porque eran antiguas iglesias. De las cuarenta y dos que hubo
en su momento álgido, sólo quedaban ocho y su estado de salud era variable,
aunque siempre dominado por la larga etapa del abandono totalitario. Dorian
comentó que había tantas iglesias porque las familias de mayor poder
adquisitivo obtenían ciertas exenciones al construirlas. Además, era una forma
de exhibir ese potencial económico y el poder político. Creo que si hubiéramos
ido por libre no hubiéramos encontrado varias de ellas y, desde luego, no
hubiéramos contemplado el interior de ninguna.
Nos acercamos hasta la iglesia
de la Trinidad, inconfundible en su aspecto tradicional ortodoxo. Repetimos el
ritual de observación y volvimos a quedar cautivados. Gorica y los alrededores
se definían más claramente.
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