Aquel lunes pareció que nos
acompañaría la mala suerte. El Museo Iconográfico Onufri, en la iglesia de la Dormición,
estaba cerrado. El gran atractivo era la obra de ese pintor de la primera mitad
del siglo XVI cuya vida estaba sumida en cierto misterio, empezando por su
fecha y lugar de nacimiento. Tuvo una buena educación, se formó en Venecia y
supo combinar el arte bizantino anterior a la conquista otomana con el arte del
Renacimiento italiano. El toque de misticismo procedía de su condición de
eclesiástico. La combinación de todos estos elementos fue su gran aportación,
continuada por su hijo Nikolla y por sus discípulos Onufri Cypriata y Kostandin
Shpataraku. La visita virtual en internet puede dar una ligera idea del estilo (https://muzeumet-berat.al/en/onufri-iconographic-museum/). Admiré sus obras en el Museo Histórico
Nacional de Tirana y, posteriormente, en Korça. Desde luego, transmitía algo
especial.
La fortaleza presentaba ese
aspecto nostálgico del poder perdido. Imponente, estaba dotada de algo
romántico, vencido, pero aún orgulloso de su pasado jalonado por todas las
culturas y etapas. La fortaleza iliria fue incendiada por los romanos y sufrió
las habituales alternancias de tiempos de esplendor y decadencia. Lo que
veíamos era esencialmente obra del déspota de Epiro Miguel I Comneno, el
hermano del emperador, del siglo XIII.
Nos infiltramos como un
disciplinado regimiento y avanzamos por las calles y las plazas bajo un cielo
más negro que mis pecados.
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