Entre la mezquita y el tekke
se alzaba un solitario pozo. Ese espacio estuvo ocupado por un cementerio. Como
en señal de respeto habían dejado algunas tumbas con unas lápidas verticales
que me hubiera encantado leer de haber sabido árabe clásico. Entramos a la
mezquita, completamente vacía.
Me gustó la sencillez de sus
paredes blancas y del mimbar. El mihrab y el techo estaban
adornados con unos hermosos colores rojo y verde. Subimos a la parte superior,
destinada a las mujeres, para observar y respirar el aire religioso del lugar. Tuve
la impresión de que el sentimiento era relajado.
El tekke de los Halveti también
era de reducidas dimensiones y mucho encanto. Brillaba el techo de decoración
geométrica y vegetal, entraba una luz delicada. Las mujeres estarían tras las
celosías de madera. Imaginé una celebración de esta animada rama de los
bektashis, sus danzas hipnóticas, hasta el éxtasis, con horas de un misticismo
alegre. El ambiente ayudaba a ese estado de ánimo. Dorian nos llamó la atención
sobre la decoración con las representaciones de las ciudades sagradas. Tanto en
la mezquita como en el tekke la decoración era del siglo XVIII y con un
marcado signo occidental, que nos recordó a la mezquita de Et’hem Bey de Tirana.
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