Me entretuve con el paisaje
mientras la mayoría de mis compañeros dormían y recuperaban fuerzas. Siempre me
ha gustado dejarme captar por las imágenes del campo, por los cultivos, por el
verdor o la sobriedad de los terrenos secos y amarillos. Imperaba el verde. Abundaban
los ríos y, más adelante, atravesamos una hermosa zona de siete lagos que
observamos desde una sobria altura.
Elbasán, que dejamos a la
izquierda al salir de la autovía, con el inicio de la carretera de doble sentido, fue una zona de desarrollo siderúrgico durante la dictadura, que
proclamó su deseo irrefrenable de impulsar la industrialización y las fábricas,
a veces con poco sentido de la realidad del país, ya que el problema para su
funcionamiento fueron las materias primas. El país se fue endeudando cada vez
más. Con el tiempo, tras la dictadura, sus acreedores le fueron condonando la
deuda al tomar conciencia de que no la podría pagar jamás. Mejor congraciarse
con el nuevo régimen democrático. Aquella política económica me recordaba a la
de La granja (Animal farm, en el original inglés), de George Orwell,
que satirizaba con vehemencia los supuestos beneficios del comunismo cuando
realmente eran un desastre.
Como herencia de aquel periodo,
la ciudad fue azotada por la contaminación. Leí que a consecuencia de ello
habían aparecido malformaciones en algunos niños.
Albania fue un país fuertemente
militarizado. Producía armas, compraba armas y le regalaban armas. Llegó a acumular
un arsenal inmenso con sofisticado armamento que pocos países de mayor riqueza
podían o querían disfrutar. Otro rasgo de lo demencial de aquellos tiempos del
comunismo.
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