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Albania, el país de las águilas 29. Hacia Elbasán.


 

Regresamos al autobús. El día se mantenía radiante. Dominaba el calor y la luz, todo un contraste al abandonar las catacumbas de la dictadura. Las nubes algodonosas se entretenían en el cielo y lanzaban un tímido y sencillo mensaje.

Hasta Berat nos quedaba hora y media de trayecto. La primera parte, hasta Elbasán, transcurría por una sorprendente autovía, nueva y magnífica. Siempre había escuchado que las carreteras albanesas eran horribles y que había que pensárselo dos veces antes de atreverse a conducir por ellas. La disfrutamos mientras duró.

Paramos a comer en una estación de servicio en que quedaba más bien poco. Sin embargo, los empleados, herederos de la tradicional hospitalidad albanesa, se esforzaron, voluntariosos, preparando espaguetis y alguna ensalada, lo que pudieron. Matamos el hambre decentemente. Con agua, me cobraron 700 leks.



Atravesamos un atractivo valle de vegetación a base de matorral. Las casas estaban salpicadas por todas partes y cuando se acumulaban formaban pequeños pueblos. El 70 por ciento del país estaba dominado por la montaña.

Atravesamos un largo túnel con aspecto de ser bastante nuevo. Facilitaba, sin duda, el tráfico en una zona en que se hubiera ralentizado el avance por la difícil orografía. Luego, la carretera fue de doble sentido, con travesías, con lentitud. Las nubes negras amenazaban lluvia, aunque se quedaron solo en ese vistoso amago. El río transcurría paralelo a la carretera. Buena amistad mantenían.

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