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Albania, el país de las águilas 26. Una caminata...y seres mágicos.


 

El bosque era atractivo y misterioso. Imponía el silencio. Las hayas y los robles centenarios de troncos de gruesos nudos me recordaron a Galicia, a bosques primigenios, incontaminados. Los troncos trazaban una geometría de líneas paralelas y ascendentes. La desnudez de las ramas recordaba la vigencia del invierno en aquellos primeros días de primavera que no se había independizado del frío. El sol y las sombras jugueteaban para nuestro provecho estético. Me encantó pasear, mirar hacia el horizonte con el despliegue enorme de la ciudad, un mar de cemento donde relucía con timidez el verdor. Durrës aparecía al fondo. El mar, al que no conseguía derrotar la bruma, pugnaba por ganar protagonismo. Era una línea difuminada que se hacía querer y que obligaba a imaginar, a activar la creatividad. Estaba encantado con que el paisaje me retara a trabajar para establecer mi propia imagen.



Apareció un bunker, la tierra marrón se expresaba con dulzura, las raíces se enroscaban al salir a la superficie, los árboles se enmarañaban, las sombras acariciaban el suelo. Era pura nostalgia.

El bosque y la montaña me parecieron el lugar donde habitaban aquellos seres fantásticos que poblaban los cuentos populares, unos bondadosos y dispuestos a sacrificar todo y llegar a los confines del mundo, y otros malvados, pérfidos y perversos.

La intensa luz del día seguro que ahuyentaba a esas criaturas mágicas. O quizá se ocultaban tras el tupido matorral o entre los árboles más alejados para no ser captados por miradas poco entrenadas a la fantasía. Los divis tendrían que hacer un gran esfuerzo para no ser vistos. Eran gigantes y no demasiado listos. Las oras eran más sutiles.

La kuçedra habitaba en lugares con agua, como cuevas, lagos o mares y accedía al mundo exterior por fuentes y manantiales, con lo que no había que desechar la idea de que apareciera en forma de “giganta canosa con los pechos colgantes y el cuerpo cubierto de largos y abundantes pelos”, como la describían. Si aparecía, el cielo se cubría de nubes negras y rugía la tormenta. Era el espíritu maligno de las aguas.



Su contrincante más feroz era el dragoi o dragua. Su misión era destruir a las kuçedras. Entre tres y siete corazones le convertían en un ser prodigioso. Los guerreros más valientes, se dice, eran dragoi. Sus armas eran la maza, la lanza y los peñascos. Se cuenta que San Jorge era un dragua. No te despistes porque pueden tomar forma animal.

Por más que escruté el camino, el bosque y el horizonte no encontré ninguna de esas criaturas. Todo se andará, pensé.

Bajamos hacia el prado, nos recibieron los caballos, los quads, la amplitud verde.

En la bajada con el teleférico la montaña se alejaba mientras el espacio verde se desplegaba con generosidad. Me hubiera gustado subir y bajar varias veces.

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