Dorian nos cayó bien desde el
primer momento. Era una persona abierta y tolerante en temas territoriales,
políticos y religiosos, de buen humor y gran simpatía. Era albano-kosovar y un
ferviente defensor de la Gran Albania, no tanto como territorio sino más bien
en sentido étnico. Lucía una frondosa barba como un personaje de la mitología
griega y llevaba el pelo recogido en un moño. Sin duda, las mujeres le
encontraron atractivo. Charlé bastante con él. Hablaba un español bastante
bueno y estaba muy documentado.
El grupo procedente de Barcelona
no había tenido tanta suerte como nosotros. Su vuelo salió con tres horas de
retraso y se acostaron sobre las cuatro de la madrugada. Lucían mejor aspecto
del que pudiera imaginar. Yo hubiera exhibido una mala leche sin límites. Ese
grupo lo conformaba un matrimonio con dos hijas jóvenes, dos mujeres de Vigo,
una de Lanzarote y el resto eran de Cataluña e iban solas. Estaba claro que los
hombres no viajan solos o en pequeños grupos.
Enfilamos hacia el monte Dajti y
de camino Dorian nos mostró algunos lugares y nos contó algunas curiosidades.
Las más graciosas o chocantes estaban relacionadas con Rusia y Serbia. La
embajada rusa estaba en la calle “Ucrania libre”. La de Serbia estaba puerta
con puerta con la de Kosovo. Quizá quedaran para tomar café juntos y de esa
manera limar asperezas. El bombardeo de datos de Dorian cesó al ser consciente
del cansancio y escaso sueño de los recién llegados. Dosificó sus
intervenciones.
Las afueras de Tirana decían
poco, con algún detalle interesante. En general, eran zonas de bloques de
viviendas que habían surgido de forma espontánea mediante la ocupación de
espacios que durante un tiempo carecían de servicios y suministros. Los
emigrantes del campo se instalaban donde podían y después las autoridades
legalizaban esas actuaciones y les dotaban de lo necesario para un mínimo de
dignidad. Al estilo de estas autopromociones las denominaba Dorian jocosamente
“libre albanés”. Combinaban con los bloques erigidos por el régimen comunista
que garantizó al pueblo comida y vivienda a cambio de sumisión absoluta.
De pronto, terminaron las
edificaciones y apareció el campo en la parte baja de la montaña. Después, el
bosque.
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