Había regresado a la parte norte
de la plaza Skanderbeg. Me metí en la recepción del hotel Tirana International,
donde se alojaron jefes de estado y autoridades durante la época comunista. A
su espalda estaban construyendo una torre inmensa: el Intercontinental. El
sector de la construcción gozaba de buena salud.
Me había sorprendido la cantidad
de murales que adornaban las fachadas de los edificios, algunos vistosos e
interesantes. Eran un regalo para la vista. El anterior alcalde, ahora Primer
Ministro, artista, se había preocupado de embellecer la ciudad y arrancarle ese
poso de tristeza que arrastraba de la época de tinieblas.
Estaba cerca de dos calles comerciales
que aconsejaba la guía: Rruga e Durrësit y Rruga e Kavajës, la
calle o carretera de Durrés y la calle de la Cantera. Tomé la primera y no me
dijo nada, aunque era un buen ejemplo de la Tirana real, de la habitada por la
gente corriente, poco o nada turística.
El sol se empleaba a pleno
rendimiento y guardé mi prenda de abrigo en la mochila. Contemplé algún
palacete interesante y seguí hasta el hotel Colosseo, una excelente opción para
alojarse. Si hubiera perseverado un poco más, y hubiera dispuesto de mejor
información, hubiera podido llegar al Mosaico de Tirana, un interesante
vestigio romano. A todos los que pregunté se esforzaron en localizarlo en Google
Maps, pero no sabían nada de él y, por supuesto, no lo habían visitado.
Para llegar a Kavajës tomé la
calle Skanderbeg, que acaparaba la mayoría de las embajadas, incluida la española.
Era una calle tranquila, cómo no. Al estar todas concentradas en la misma calle
les resultaría más fácil negociar o espiarse.
Kavajës me pareció más
atractiva. Sencilla, ideal para un paseo. Si hubiera encontrado un café
sugerente me hubiera sentado a descansar. Mis piernas reclamaban clemencia. Por
Ibrahim Rugova me fui al hotel y descansé algo más de una hora. Imprescindible
para aprovechar la noche.
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