Al salir del búnker recordé la
lectura, pocas semanas antes, de la novela del Príncipe de Asturias albanés
Ismail Kadaré, El palacio de los sueños. El paralelismo entre este
organismo ficticio y la Segurimi me pareció bastante evidente e
intranquilizador. El Tahir Saray o palacio de los sueños era, como
advertía Kadaré, “el famoso organismo que se ocupa del dormir y de los sueños”.
Era un lugar hermético, inaccesible. Hasta los ministros necesitaban un permiso
especial para entrar. Cuando el protagonista, Mark-Alem, entrega la carta de
recomendación que le ha facilitado su influyente familia, el funcionario que le
recibe la destruye. No se admiten recomendaciones porque contradicen la esencia
misma de la Casa:
El
fundamento del Tahir Saray radica no en la entrada de influencias externas sino
en la obstrucción, no en apertura sino en el aislamiento; así pues, no en la
recomendación, sino en su opuesto… Jamás olvides que el Tahir Saray es una
institución completamente cerrada al mundo exterior.
Con razón el funcionario afirma
que “al margen de su exótica denominación es la más terrible” de las
instituciones. Era, evidentemente, un organismo de control al más alto nivel
para evitar cualquier amenaza para el Imperio. Un Segurimi literario muy
real.
Kadaré nos ofrece una metáfora,
una parábola para evitar la censura. Sitúa la acción del libro en tiempos del Imperio,
de un imperio que necesita controlar hasta el más mínimo elemento que pueda ser
subversivo y para ello se interna en lo más profundo de la persona, en su subconsciente,
donde quizá ni el propio individuo sabe que se está fraguando una semilla de
oposición:
Todo lo
que se muestra confuso y amenazante, o lo que pueda llegar a serlo al cabo de
los siglos, manifiesta su señal mediante los sueños de los hombres. No existe
pasión o pensamiento maléfico, adversidad o catástrofe, rebelión o crimen, que
no proyecte su sombra en los sueños antes de materializarse en el mundo.
Me recordó a aquella película de
Spielberg, Minority Report, en que detenían a los culpables antes de que
pudieran cometer los crímenes. De ahí a tomar decisiones absolutamente
arbitrarias y contaminadas por la paranoia del dictador solo había un pequeño y
peligroso espacio.
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