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Estampas de Luang Prabrang 26 (Laos 2006). El teatro Pra Lak Pra Lam.


 

Un mundo de máscaras y seres épicos nos esperan.

Con las entradas en la mano paseamos por los jardines del Palacio. El teatro es una de sus antiguas estancias. Subimos a la Capilla Real y disfrutamos de las escenas de sus puertas y ventanas, de la decoración del albergue el Buda Phra Bang, el símbolo de la soberanía pasada.

El calor es sofocante. La tarde cae pausadamente y no concede tregua al calor húmedo y agobiante. Mientras, los comerciantes se aprestan a montar sus tenderetes y a ofrecer sus mercancías hasta la noche.

En la sala los ventiladores realizan un esfuerzo inútil para no morir asfixiados. El calor puede provocar alucinaciones que transformen a cualquier campesino en un ser de leyenda.



Se percibe el nerviosismo de los actores. Se mueven a nuestras espaldas. Una actriz cuida de su bebé antes de la función. Los instrumentos permanecen silenciosos: címbalos montados sobre una herradura tan grande como una persona, el xilofón, los tambores. Suena una flauta.

Las máscaras identifican a cada personaje del Pra Lak Pra Lam, la versión laosiana del Ramayana. Se coronan en stupas doradas. Los rostros muestran expresividad, ferocidad, colmillos que se elevan por la cara.



Los actores aparecen con sus vestidos lujosos que les convierten en héroes y dioses, buenos y malos, con sus pasiones y su bondad innata. El desarrollo de la historia es algo infantil y recuerda a la mitología griega. Las danzas, movimientos y música tienen un tono moralizante. La puesta en escena es incomprensible: una lucha entre el bien y el mal.

Sin sus máscaras, los personajes son sonrientes humanos.

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