Una breve travesía por el
río nos lleva hasta las Cataratas de Tat Sae. Los últimos coletazos de las
mismas asoman entre los árboles antes de desembocar en nuestras aguas. No son tan
espectaculares como las de Luang Si pero son limpias y acogen menos visitantes.
Disfrutaremos de un baño antes de comer. El agua fría, el pescado con arroz y
la cerveza nos devolverán la vida.
El rafting por el Khan lo iniciamos con un sol de justicia. Prescindimos de los chalecos, que dan más calor y no aportan especial seguridad en un cauce tan tranquilo, y clavamos los remos en el agua, M. a la derecha, yo a la izquierda y los dos jóvenes de la organización atrás. En algunos tramos confiaremos el avance a su pericia. Hay poca corriente que nos impulse.
M. se moja el pelo. No lleva gorro y el sol es demoledor. Temo una insolación. Se niega a ponerse el mío.
En las orillas los camiones cargan grava o troncos. El río es transporte o pesca. La vida se desarrolla en sus márgenes.
Nos alcanzan las americanas. Confiamos en la zona de rápidos para reducir distancias. Es una pequeña ilusión.
Cerca de la confluencia del Khan con el Mekong éste frena el ímpetu de nuestro río y el avance se hace penoso. Ahí termina nuestra aventura.
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