Designed by VeeThemes.com | Rediseñando x Gestquest

Albania, el país de las águilas 1. Transición hasta Tirana.



En el pasillo que va desde el metro hasta la terminal 1 de Barajas nunca me había dado cuenta de una peculiar estatua de un anciano barbudo, como de otra época, que espera en un banco. Si no me equivoco, su rostro es sonriente.

Quizá no lo había visto porque está en un lugar en que lo habitual es observar cómo los viajeros esprintan para alcanzar cuanto antes los mostradores de facturación. El tiempo es oro para quienes toman vacaciones y quieren aprovecharlas a tope. O, simplemente, llevan prisa, vete a saber por qué. Les espera la cola de facturación, la del control de seguridad (sacar el ordenador, los líquidos, los objetos de metal…), un paseíllo por las tiendas libres de impuestos y, antes, si procede, un control de pasaportes.

Me lo tomé con calma. Incluso estuve a punto de facturar el trolley, a pesar de que mi billete prioritario me permitía llevarlo en cabina junto con la mochila. Había llegado con bastante tiempo y me tomé los trámites casi como una distracción más, aunque fuera absurdo.



Me intranquilizó la fama de impuntual de mi aerolínea y confié en que en esta ocasión rompiera su dinámica negativa. Me senté a leer un rato y traté de adivinar quiénes serían los otros dos compañeros de grupo que viajaban, como yo, desde Madrid. El resto, llegaría un día después desde Barcelona.

En contra de mis negativos vaticinios, el avión salió en hora y llegamos puntuales. Había “disfrutado” del vuelo junto a dos chavalitas de unos 20 años con un pavo exacerbado, como dos Kardashian adolescentes de padres albaneses. Supuse que habían nacido y se habían criado en nuestro país. Si no fuera por su conversación (no paraban de hablar atropelladamente) no lo hubiera deducido ya que no tenían acento. Sus padres debieron emigrar, trabajar duro y labrarse con dificultad un futuro que ahora aprovechaban estas crías malcriadas, superficiales, consumistas, sólo interesadas en la ropa, los chicos y salir de marcha. Tampoco es que fueran muy diferentes de otros jóvenes de otros paises occidentales.

Después de un paso de aduana suave salí y allí encontré a Julian (sin acento en su versión albanesa) con un cartel en tanto cochambroso. Hablaba un poco de español y, aunque parecía serio, era amable y servicial. Sería nuestro conductor en el recorrido y demostraría ser una persona magnífica.

Mis compañeros eran Cristina y Gustavo. En aquel momento, con el cansancio, no resultaron demasiado comunicativos. Sin embargo, serían mis principales compañeros a lo largo del viaje. Cuando nos entregaron las llaves en la recepción del hotel no quedamos para disfrutar del día libre juntos. Cada uno marcaría sus tiempos.

0 comments:

Publicar un comentario