Las islas de Puget Sound ofrecían
un refugio natural para la fauna marina muy apreciado. Su valor ecológico era
máximo. En sus aguas abundaban las ballenas, las focas, las aves y otras
destacadas especies. Unos paneles lo resaltaban para concienciar a los
visitantes y captarlos para la causa del conservacionismo. La especulación es
capaz de dinamitar el lugar más bello que uno pueda imaginar para edificar un
horroroso complejo.
A lo largo del siglo XIX,
especialmente en la segunda mitad, y en los inicios del XX, se fueron
estableciendo gentes que buscaban un mejor horizonte para sus vidas. Aquí lo
encontraron. Aún perduraban los centros históricos de aquellos asentamientos.
Estaban bien cuidados porque eran el orgullo de la comunidad. Eran edificios de
ladrillo, algunos de madera, coloridos, con sabor a pioneros, como extraídos de
una película. Sabrosos guiños al tiempo de los pioneros.
Abundaban las destilerías y las
bodegas que animaban el enoturismo.
Dejamos atrás Langley y la Naval
Air Station Whidbey Island.
Se sucedían los parques
naturales y los bosques de árboles centenarios. El medio ambiente era esencial
para atraer a un turismo que huía de la masificación.
Al este quedaba Saratoga Passage
y al oeste Admiralty Inlet. Desde Keystone salía el ferry hacia Port Townshend.
Quizá era la referencia que me faltaba.
El pueblecito más atractivo que
visitamos fue Coupeville. La calle que bajaba hacia el puerto estaba salpicada
de hermosas casas antiguas de vistosos colores. Todo muy cuidado. La calle
principal, paralela al mar, estaba repleta de tiendas, alguna galería, algún
restaurante. Era como si hubieran congelado el tiempo para un anuncio y
hubieran dejado aparcar a los curiosos.
El muelle de madera permitía ver
el frente de casas hacia el mar, muy bonito. Parece que el muelle estaba
amenazado porque los vecinos pedían apoyo para el mismo. Sería una herejía
suprimirlo. En la construcción del final del mismo reinaba un café y del techo
colgaban los esqueletos de varios cetáceos.
Oak Harbor era la población más
grande de Whidbey y su capital. La primera calle nos dejó un poco fríos. La
segunda, más hacia el interior, mantenía la misma estética de casitas
unifamiliares antiguas y era una delicia.
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