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Viaje a Alaska y Canadá 171. La isla Whidbey.



Desde el outlet bajamos unos kilómetros hacia el sur para desviarnos hacia Mukilteo y tomar el ferry hasta la isla Whidbey y la población de Clinton. Cerca de Mukilteo se alzaban unas inmensas instalaciones de Boeing, mayores que las cercanas a Seattle. Los trabajadores vivían en coquetas casas de madera unifamiliares que eran el mejor exponente del sueño americano. Todas con su jardín, su coche en la puerta del garaje adyacente y con una bandera americana bien visible. También había unas instalaciones navales. Seattle era uno de los puntos más importantes de la flota del Pacífico, junto con San Diego.

Los ferrys salían cada media hora. Nos quedamos a punto de embarcar en el de las 12:30 y lo hicimos en el de la una. Era un trayecto corto, de unos 15 ó 20 minutos. Las islas eran tablillas flotantes sobre el océano. Su alzado era pequeño.

En Clinton entramos en un restaurante muy típicamente americano y sacamos, esta vez sí, las tarjetas de embarque. Las hamburguesas y el fish and chips estaban francamente buenos. Quien parecía ser el dueño era algo hosco. Nos puso problemas para darnos las claves de la wifi. Sin embargo, la camarera, que estaría aproximadamente por nuestra edad, transmitía ese encanto servicial que es propio de los camareros estadounidenses. Será por las propinas o por su espontaneidad natural.



Regresamos al coche y fuimos disfrutando de un paisaje bucólico, sencillo, donde parecía que los males del capitalismo o la hiper competencia pasaban a un segundo plano. Nos recordaban que había que disfrutar de la vida sin olvidarse de trabajar razonablemente para que nadie nos regalara nada. Eran pequeñas comunidades donde la solidaridad era máxima. Me recordaba, lógicamente, aquella fabulosa excursión improvisada con mi amigo Ángel de hace 15 años, a la que me he referido en otras ocasiones. Me pregunté si no habíamos estado en esa isla en nuestro periplo para regresar desde Port Townsend, al otro lado de un brazo de mar.



La gente era indefectiblemente grunge, auténtica, espontánea, nada premeditada en la composición de su atuendo, como la de Seattle. Aquí los granjeros vestían así no para aparentar una idea de vida. Vestían así, con barbas largas y melenas porque lo habían mamado.

Las praderas se alternaban con bosques de coníferas. Era impresionante el número de iglesias de diferentes variedades de cristianos que poblaban la isla. En muchos casos, estaban unas frente a otras. Supongo que la convivencia era total.

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