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Estampas de Luang Prabang (Laos 2006) 5. Desayunos junto al Mekong.


 

Los desayunos junto al Mekong son el primer placer de la mañana. Siempre que enfrente se encuentre M.

Nos atiende Edwin, un “trainee” algo mayor que viene de Filipinas. Vino acompañando a su hermano, que trabaja en Vientiane. Con la eterna sonrisa de los de esta tierra, acerca la felicidad a nuestra mesa en forma de conversación y buenos alimentos. Aseguraríamos que los bendicen antes de servirlos. Avispas, moscas y mosquitos se unen a la ceremonia de la primera comida y no sabemos interpretar si es un honor o un castigo por algún despecho a alguno de los muchos espíritus que viven en todos los objetos.



El río baja marrón con un fluir acariciante. Encaramado a su superficie pasa una barca larga y estrecha cargada de gente. La barca se deja arrastrar sin oponer resistencia confiando su destino a la bondad de la corriente o la pericia del barquero. Es mejor que enfrentarse a su fuerza. Siempre se llega a la otra orilla.

El desayuno se hace intemporal. Fluye el tiempo como fluyen las aguas o los alimentos por nuestro cuerpo. La mañana aún es fresca y el sol busca abrirse paso entre las nubes. Ha apartado algunas con sus brazos y las ha depositado sobre las montañas. Las montañas no aceptan con gusto este regalo. El viento será el encargado de sacarlas de la escena.



Las montañas son equilibrio del agua. Desnudas de nubes interceptan el horizonte con su línea horizontal sinuosa. Son uniformemente verdes, aunque los verdes se extienden por todas las gamas de este color. A veces, se mimetiza con el negro. Otras, es de un descarado húmedo y brillante. Correr la mirada por sus variantes es uno de los entretenimientos de esas primeras horas del día.

 

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