La paz que se respira
parece el resultado de la depuración producida por mil batallas, incursiones,
guerras e invasiones. Sus sucesivos cambios de denominaciones tampoco se tradujeron
en paz. Luang Sua, Xieng Dong Xieng Thong o la actual, Luang Prabang, no le
garantizaron que la envidia de sus vecinos se apaciguara. Las alianzas marcaron
una distensión. Fa Ngum, su primer rey, de quien se dice que descendía del dios
del sol Khun Borom, lo que le otorgaba un origen divino, se unió a la
protección kemer al casarse con la hija del rey de Angkor. Como reconocimiento
de su soberanía le regaló una hermosa estatua de Buda de origen legendario, el
Phra Bang. Con ella, el Reino del Millón de Elefantes y el Parasol Blanco afianzaba
su territorio y la defensa de su capital. Pero el reino se debilitó y sufrió a
birmanos y siameses, fue dividido y dominado. Su esplendor quedó empequeñecido
y hasta una banda de forajidos, los Estandartes Negros, se permitirían arrasar
la ciudad. Los franceses ofrecieron protección. A cambio de soberanía.
Recuperaron la soberanía, pero sufrieron la guerra fratricida. De sus cenizas
ha sido recuperada por la intercesión de Buda y el trabajo de sus habitantes.
Que sea por muchos años.
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