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Estampas de Luang Prabang 19 (Laos 2006). El samsara y los jumbos.


 

Los budistas consideran la vida como un ciclo, una sucesión continuada en que todo se repite aunque nunca vuelva a ser igual. Nada es permanente. Esa continuidad cíclica es el samsara.

No nos reencarnamos cada mañana pero sí que se repite un ritual que tiene algo de cíclico: suena el despertador, nos desperezamos, se retiene el sueño.

El “jumbo” es la forma más habitual de transporte en Luang Prabang. El colorido orgulloso de la caja posterior o la decoración del carenado o el depósito hacen olvidar que se trata de un motocarro, exiliado de nuestras calles hace varias décadas.

Una batería de coche ilumina sus ojos y provoca la chispa que anima el pedorreo del motor. Agárrate fuerte porque su estabilidad no es su mejor tarjeta de presentación. Aunque es mejor que las motos con sidecar, un sillón desvencijado con plástico en el asiento y la espalda para poder sudar más y un toldillo de risa, todo ello al lado de una moto de pequeña cilindrada.

Sentados frente a frente en los bancos laterales apreciamos el paisaje con una ligera arruga del espinazo. Cuidado con los saltos por los baches.

Fuera carretera, bienvenido camino, bienvenida la polvareda. La ola, un gesto futbolístico de satisfacción, se ejecuta con naturalidad con los brincos provocados por las trincheras de los agujeros del camino.

La verbena rodante avanza y sale de la ciudad. Las pequeñas aldeas son sumas de cabañas de paredes de ratán, fibra entrelazada. La vida se desarrolla junto a la carretera, un auténtico hervidero de personas.

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