Nuestro primer destino fue Premium
Outlet, cerca de Marysville, el mayor de la zona. Javier había insistido en
que fuera éste y nos dejamos arrastrar, yo el primero, que soy el menos
entusiasta para las compras. Quien entra en uno de estos complejos con las
mejores tiendas se transforma. Ese año no había ido a las rebajas y aún me
quedaban unos dólares que no tenía intención de guardar en una caja. Marcamos
como hora límite las 11 de la mañana. Por supuesto, lo incumplimos, aunque no
demasiado. Abrían a las 10 y unos minutos antes ya había gente merodeando, como
nosotros. En un rato se produciría la locura.
En la primera tienda en que
entramos picamos todos. Los precios estaban rebajados y ya eran muy
satisfactorios. Además, aplicaban nuevos descuentos hasta que te convencían de
que llevaras dos en vez de uno. Y eso a pesar de que el cambio dólar-euro era
el peor en muchos años (estaban a la par).
Cambiamos de tiendas e
inspeccionamos las que Javier nos aconsejó con muy buen tino. Un simple
descuento del 50 por ciento no parecía ser suficiente, habida cuenta de que las
marcas buenas implicaban precios altos. Compré un par de camisetas que me
rejuvenecían. Había que echar el freno.
Nos entretuvimos un rato intentando
sacar las tarjetas de embarque aprovechando la wifi del mall. No hubo suerte y
lo tuvimos que aplazar hasta horas más tarde. Tomamos un café, dimos una última
vuelta y casi nos fuimos con lágrimas en los ojos por las buenas ofertas que
dejábamos atrás.
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