Tomamos la Cuarta Avenida en
dirección norte, paralela al mar y apoyada sobre la falda de la colina. La Tercera
Avenida ofrecía algunos tramos de aspecto bastante peligroso. Entrábamos en el
Financial District, que se había evidenciado por encima de las construcciones
del Downtown. Me gustaba Smith Tower, el primer rascacielos de la ciudad,
construido en 1914. Toda la zona era de oficinas y de organismos oficiales. La
fachada del Arctic Club estaba decorada con cabezas de morsas. La torre más
poderosa era Columbia Center, de 284 metros, la más alta del estado.
Estábamos en el centro de poder
político y económico de la ciudad. La prosperidad era evidente, era un
escaparate de la riqueza generada por las industrias y los servicios.
El edificio que más nos gustó
fue la vanguardista estructura de la Public Library, obra de Rem Koolhaas y
Joshua Prince-Ramus. Cautivaba desde el exterior y maravillaba al penetrar en
su interior. Un lugar apacible para pasar la tarde leyendo, escuchando música o
viendo vídeos.
Nos llamaron la atención los grandes
almacenes comunicados por puentes. Quizá las duras condiciones del invierno
obligaban a evitar trayectos cortos por la calle.
Paramos a tomar una cerveza en
una terraza. Esa parada hubiera sido intrascendente de no ser por la terrible
escena que contemplamos. Una mujer caía al suelo víctima del mono y
nadie se preocupó de ella. Poco después aparecía la policía y la levantaba del
suelo. La mujer se negó a acompañar a los agentes, que tampoco quisieron
imponer su autoridad.
Podríamos haber optado por tomar
el Seattle Center Monorail y llegar en un instante al aparcamiento. No
estábamos muy dispuestos a ello, porque la ciudad nos atraía, aunque empezara a
llover débilmente. Nos refugiamos en un agradable bar que a esa hora convocaba
a una buena cantidad de clientes.
El regreso al hotel lo hicimos
acompañados de una multitud de vehículos. Al llegar, la tarde impregnaba de
oscuridad la zona comercial con fuerza. Cenamos en el hotel.
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