Un vistoso pailou o
puerta ceremonial y los tradicionales dragones trepando o enroscados a las
farolas marcaban el inicio de calles con rótulos en chino. Era un pedacito de
Oriente incrustado en la ciudad. En el jardín chino dos señores mayores jugaban
al ajedrez con piezas enormes. Un templete estaba protegido por una valla. La
gente mayor, escasa, dominaba ese rincón.
Los chinos de Seattle no gozaron
de mejor suerte que los de Vancouver, San Francisco u otras ciudades del
Pacífico. La mala situación económica de su país tras las dos Guerras del Opio
contra Gran Bretaña (las de 1839-1842 y 1856-1860) y la subida de impuestos
para pagar las indemnizaciones de guerra, arrojaron una inmensa masa humana
hacia los puertos dominados por estadounidenses e ingleses. Allí eran
contratados para trabajar en la construcción de las nuevas líneas de
ferrocarril.
A América llegaban completamente
endeudados ya que tenían que pagar su pasaje. Luego les esperaban unas duras condiciones
de trabajo. Tenían que pagar por las tiendas de campaña del ferrocarril en que
vivían, se abastecían en las tiendas de sus empleadores, a precios
completamente abusivos y cambiando los víveres por bonos que sustituían a sus
salarios. Estos eran siempre más bajos que los de los blancos. Ahí radicaba
parte de la rentabilidad del inmenso proyecto que dio lugar a hermosas
fortunas. Muchos de ellos no lograron salir de esa espiral de pobreza.
Cada vez que concluía una obra
eran despedidos y dejados a su suerte. Ese excedente de obreros chinos era
objeto de las iras de los blancos. No podían acceder a la nacionalidad
americana. Las leyes anti chinas fueron una constante hasta 1967, en que fueron
declaradas inconstitucionales por el Tribunal Supremo de Estados Unidos.
Más allá de nuestras intenciones
de paseo asomaban el Lumen Field y el T Mobile Park, las espectaculares
instalaciones deportivas.
0 comments:
Publicar un comentario