Hasta la llegada de los primeros
europeos a mediados del siglo XIX la zona estuvo habitada por las tribus
Duwamish y Suquamish, que debieron recibir a aquellos pioneros primero con
curiosidad y después con estupor. Los denominados “Partido de Denny” montaron
un campamento que fue el germen de esta ciudad que ha gozado de tiempos de
bonanza alternados con épocas de depresión económica. Esos vaivenes fueron
configurando el centro histórico, el Downtown, al que nos dirigimos por la Primera
Avenida en dirección sur. A esa hora ya estaba bastante animado. Pasamos el
SAM, Seattle Art Museum, y la sede de la Seattle Symphony Orchestra, el
Benaroya Hall.
Esta fue la zona que se consumió
en el gran incendio del 6 de junio de 1889, el mismo año en que Washington fue
admitido como estado. En aquella época abundaban las estructuras de madera. La
negligencia de un operario provocó un incendio que se extendió a una fábrica de
licores. Explotó y se expandió el fuego. El abastecimiento de agua estaba en
manos privadas y las escasas medidas para atajar estos siniestros fueron un
obstáculo insalvable y Seattle quedó arrasado. La ciudad se reconstruyó y la
Fiebre del Oro del Klondike dio el impulso definitivo. El nivel de las
construcciones de la época quedaba ahora en el subsuelo.
Las construcciones antiguas eran
de ladrillo rojo, piedra rugosa, escaleras de incendios exteriores, tres o
cuatro plantas, grandes ventanales. Contrastaban con altas torres que
sobresalían escalando por la colina, como si asediaran a las primeras.
Pioneer Square era una plaza y
un barrio. La plaza era inconfundible con sus totem. Estaba tranquila, repleta
de esa combinación de tiendas con encanto, restaurantes cariñosos y lugares para
disfrutar. Por la noche era una zona animada, como comprobé hace años.
Volviendo de nuestra excursión le tomamos el pulso y nos encantó la marcha que
destilaba.
Nos acercamos a un joven de
información y nos orientó para continuar nuestra visita por la ciudad. Nos
aconsejó dirigirnos a la calle Jackson y subir hacia Chinatown y el jardín Hing
Hay Park. No pudo darnos alguna referencia para nuestro trayecto hacia el norte
del día siguiente.
Aquellos edificios centenarios
ofrecían alojamientos curiosos, quizá con un punto pionero o grunge,
vaya usted a saber. Nos gustaron los rótulos antiguos, los adornos callejeros,
las estéticas pasadas de moda que rejuvenecían con ese ambiente.
La cara amarga era la de los
homeless, los marginados, los derrotados por la vida con aspecto de borrachos
insalvables o yonkis consumidos. Eran de mirada ausente, sucios, se movían con
dificultad. Generaban rechazo, miedo. Eran la cara visible del fracaso del
sistema, que no era capaz de reintegrarlos y dirigirlos hacia una vida digna.
Nos dio mucha pena. Más aún cuando la opulencia estaba tan presente con los
rascacielos sobresaliendo por encima de las construcciones de ladrillo. Las
inmediaciones de King Street Station, con su torre como un campanile veneciano,
eran especialmente sangrantes. Buscamos salir de allí. Muy cerca se encontraba
el Klondike Gold Rush National Historical Park en donde podía reconstruirse la Fiebre
del Oro que tanto engrandeció a la ciudad.
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