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Viaje a Alaska y Canadá 166. Contrastes del Downtown.


 

Hasta la llegada de los primeros europeos a mediados del siglo XIX la zona estuvo habitada por las tribus Duwamish y Suquamish, que debieron recibir a aquellos pioneros primero con curiosidad y después con estupor. Los denominados “Partido de Denny” montaron un campamento que fue el germen de esta ciudad que ha gozado de tiempos de bonanza alternados con épocas de depresión económica. Esos vaivenes fueron configurando el centro histórico, el Downtown, al que nos dirigimos por la Primera Avenida en dirección sur. A esa hora ya estaba bastante animado. Pasamos el SAM, Seattle Art Museum, y la sede de la Seattle Symphony Orchestra, el Benaroya Hall.

Esta fue la zona que se consumió en el gran incendio del 6 de junio de 1889, el mismo año en que Washington fue admitido como estado. En aquella época abundaban las estructuras de madera. La negligencia de un operario provocó un incendio que se extendió a una fábrica de licores. Explotó y se expandió el fuego. El abastecimiento de agua estaba en manos privadas y las escasas medidas para atajar estos siniestros fueron un obstáculo insalvable y Seattle quedó arrasado. La ciudad se reconstruyó y la Fiebre del Oro del Klondike dio el impulso definitivo. El nivel de las construcciones de la época quedaba ahora en el subsuelo.



Las construcciones antiguas eran de ladrillo rojo, piedra rugosa, escaleras de incendios exteriores, tres o cuatro plantas, grandes ventanales. Contrastaban con altas torres que sobresalían escalando por la colina, como si asediaran a las primeras.

Pioneer Square era una plaza y un barrio. La plaza era inconfundible con sus totem. Estaba tranquila, repleta de esa combinación de tiendas con encanto, restaurantes cariñosos y lugares para disfrutar. Por la noche era una zona animada, como comprobé hace años. Volviendo de nuestra excursión le tomamos el pulso y nos encantó la marcha que destilaba.

Nos acercamos a un joven de información y nos orientó para continuar nuestra visita por la ciudad. Nos aconsejó dirigirnos a la calle Jackson y subir hacia Chinatown y el jardín Hing Hay Park. No pudo darnos alguna referencia para nuestro trayecto hacia el norte del día siguiente.



Aquellos edificios centenarios ofrecían alojamientos curiosos, quizá con un punto pionero o grunge, vaya usted a saber. Nos gustaron los rótulos antiguos, los adornos callejeros, las estéticas pasadas de moda que rejuvenecían con ese ambiente.

La cara amarga era la de los homeless, los marginados, los derrotados por la vida con aspecto de borrachos insalvables o yonkis consumidos. Eran de mirada ausente, sucios, se movían con dificultad. Generaban rechazo, miedo. Eran la cara visible del fracaso del sistema, que no era capaz de reintegrarlos y dirigirlos hacia una vida digna. Nos dio mucha pena. Más aún cuando la opulencia estaba tan presente con los rascacielos sobresaliendo por encima de las construcciones de ladrillo. Las inmediaciones de King Street Station, con su torre como un campanile veneciano, eran especialmente sangrantes. Buscamos salir de allí. Muy cerca se encontraba el Klondike Gold Rush National Historical Park en donde podía reconstruirse la Fiebre del Oro que tanto engrandeció a la ciudad.

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