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Viaje a Alaska y Canadá 162. Una ciudad próspera y de sabores grunge.

 


Seattle es una ciudad próspera, dinámica, de tamaño mediano para los cánones americanos, con buenos museos, una atractiva vida nocturna y cultural que se asoma a una bahía impresionante, ideal para resguardarse de las furias del Pacífico. Su zona antigua es pequeña. Se remonta a finales del siglo XIX. Está bien cuidada y es uno de los orgullos de la población. Sus rascacielos forman el típico skyline que ejemplifica la pujanza económica y la devoción por la vanguardia arquitectónica. Aquí nacieron Microsoft o Starbucks. Aunque Boeing haya trasladado su sede central a Chicago, la mayor parte de los trabajos industriales se siguen realizando en la zona del Estado de Washington.

Su mayor inconveniente es el clima. Llueve durante muchos días del año y el verano queda reducido a una mínima expresión. Sale el sol y todo el mundo se lanza con ansiedad a tomar las calles. Es un bien demasiado escaso para no hacerle los honores cuando se decide a salir y dar la cara.



Me gusta Seattle. Lo conocí por primera vez en agosto de 2007. Fue nuestra segunda etapa. En Chicago, sobre la marcha, decidimos tomar un vuelo y plantarnos en la cosmopolita ciudad grunge. Ni siquiera habíamos reservado hotel, algo impensable en esta segunda ocasión en que la reactivación del turismo, cuando se alzaron muchas restricciones, había supuesto el cartel de completo por todas partes. Y a unos precios ciertamente escandalosos. En aquella ocasión nos hospedamos en el Moore, un hotel que podríamos calificar de diseño mochilero, bien situado y divertido. Sí, lo podríamos calificar como grunge. En aquella ocasión pensamos que era algo así como de pordioseros de diseño o vagabundos con encanto. El personal que pululaba por allí vestía pantalones enormes que se descolgaban desde la cintura, caídos, camisetas berracas y se adornaba con barbas y perillas de pioneros. Inconformistas que se pliegan al consumismo, aunque lo critiquen.



Grunge procede del término en jerga grungy, sucio. El sonido que generaban grupos como Alice in Chains, Pearl Jam y Nirvana, de guitarras y baterías poderosas que acompañaban a letras que expresaban marginación, marcaba ese matiz, bastante afianzado. De la música pasó a la cultura. Incluso a la forma de vestir, como apreciamos en el Moore y también en esta visita. Lo grunge era una llamada a la conciencia social para desencantados y pasotas. A mediados de la década de 1990 empezó su declive.

En esta ocasión el tiempo fue otoñal, de cielos cubiertos dispuestos a descargar al menor despiste. Por la tarde abrió un rato y nos devolvió el buen humor y las amplias sonrisas. Sentíamos que el viaje se acercaba a su fin y que el cansancio oscurecía nuestro ánimo y nuestra percepción.

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