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Viaje a Alaska y Canadá 151. Una complicada decisión al llegar a Calgary.


 

Llegar al hotel fue una movida. El Cliqué (o Aplause, que era el contiguo y con el que compartía parte de la recepción), estaba cerca del aeropuerto, pero en los carteles de la carretera no se anunciaba el mismo hasta casi el momento de llegar. Unos cartelitos pequeños en alguna farola con un avión y una flecha eran las únicas pistas. ¡Para qué gastar dinero en cartelería, muy cara, por cierto, si todo el mundo viaja con navegador! Salvo los que van en coche de alquiler que no es de gama muy alta o no han pagado el recargo diario por este servicio. O los que no tienen datos y no se pueden acoger al abrigo de Google Maps. Así que nos pusimos en modo analógico y con un precario plano fuimos interpretando la carretera como pudimos. Había tiempo, ya que un suculento atasco por las obras ralentizaba el avance. Pobre de ti si te habías equivocado de carril. En la civilizada Canadá también había conductores con mala leche que hacían lo imposible por cerrarte el paso.

Llegamos a pensar que muchos de esos vehículos habían entrado en bucle y llevaban horas, días o tiempos mayores buscando su destino. Hacían masa.

Si nos hubiéramos dejado llevar nos hubiéramos quedado en el hotel. La habitación era amplia, cómoda, moderna y lujosa, las camas confortables. Hasta ofrecía dos escritorios para escribir o leer cómodamente. La cena la hubiéramos podido solucionar en el propio restaurante del hotel.

Sin embargo, por muy machacados que estuviéramos, nos decidimos al preguntarnos cuándo regresaríamos a Calgary. La primera impresión recibida días antes había sido pobre. La guía resaltaba algunos lugares pero era descorazonador que Eau Claire Market, uno de los iconos, cerrara ese día a las seis de la tarde (eran las 5:30 a nuestra llegada). El centro comercial cercano cerraba a las ocho, lo que dejaba muy poco margen.

El confort de la habitación podía ser una trampa. Quedamos en sacar las tarjetas de embarque y luego decidir. Ese proceso fue rápido, menos de un cuarto de hora. Agradezco a Jesús que nos animara a salir. Y a José Ramón, que era el que estaba más cansado, y era el conductor, que accediera a tomar el coche. Buscamos restaurantes en Stephen Avenue Walk, que era el tramo de la octava avenida donde estaba nuestro anterior hotel. Para reservar exigían inscribirse en una página. Lo rechazamos y decidimos ir un poco a la aventura. Sabia decisión.

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