En Lake Louise, siempre cargada
de gente, compramos comida y realizamos alguna pequeña compra.
Para nuestro regreso volvimos a
optar por la carretera antigua, la Bow Parkway, escasamente transitada y
hermosa en cualquiera de los dos sentidos que la recorrieras.
Corral Creek nos acogió con una
mesa de madera para hacer picnic. Era un lugar como otro cualquiera del Parque
Nacional, con la peculiaridad de que las ardillas salían de sus escondrijos
para deleitarnos con su presencia y con sus juegos. Sabían que a los visitantes
siempre se les caía algo de comida o incumplían la prohibición de no alimentar
a los animales salvajes. Eran tan amistosas que quizá entraran en la excepción
a esa calificación. Estaban tan acostumbradas a los humanos que se acercaban
bastante, mucho más de lo que podría ser natural. Correteaban nerviosas, como
si ellas también temieran las sanciones, se paraban en seco, hacían la estatua,
arrancaban y se apropiaban de esos regalos de los visitantes. Eran muy
divertidas. Entramos en sus juegos, Javier desprendió unas migajas, se alejaron,
montaron guardia por si era una trampa, cada una miraba hacia un lado, se
erguían, se tapaban con una raíz, rodeaban un árbol o se metían entre el
matorral para dar más suspense a la escena.
Uno de los lugares que había
quedado pendiente en la ida fue Castle Cliffs. Nos sorprendió con sus
escarpadas montañas. No nos cansábamos de contemplar aquellos paisajes
impresionantes donde la naturaleza se combinaba con las montañas para una
escenografía subyugante. El río Bow se escondía tras los abetos y dejaba una
ligera constancia de su cauce.
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