Designed by VeeThemes.com | Rediseñando x Gestquest

Viaje a Alaska y Canadá 146. El glaciar Athabasca.

 


Salimos hacia el glaciar Athabasca sin perder de vista a los otros dos magníficos ejemplares que lo flanqueaban, una laguna, a la izquierda, que dejaba unos reflejos de película, o a la cordillera colosal. A esa hora no había turistas en masa. Escuchamos nuestros pasos sobre el asfalto o sobre la tierra y las piedrecitas. Optamos por ir de frente, no bordeando por la carretera de la izquierda, que era la que tomaban los vehículos autorizados. En esta carretera aparecían unas señales pequeñas que marcaban un número. Marcaban hasta dónde alcanzó el glaciar en cada uno de los años. Empezaban en 1890. Para hacerse una idea, el glaciar llegaba hasta el parking público junto al hotel. Alcanzó su máxima extensión entre 1850 y 1860. Después había menguado 2 kilómetros. Ese dato era absolutamente preocupante.



El terreno perdido por el glaciar lo había ganado la carretera y el camino, una laguna sin encanto. El efecto del peso del glaciar sobre las rocas, que parecían de mármol, se reflejaba en las hendiduras de su vigorosa forma de arañar el terreno. La zona de tierra era baldía. Crecían algunas plantas. José Ramón encontró restos de fósiles.

El sol era insuficiente para combatir el frío que aumentaba al acercarse al glaciar. El viento, muy peculiar y con un nombre determinado, obligaba a cerrarnos las prendas de abrigo. Me puse los guantes delgados que llevaba en los bolsillos de mi ropa de abrigo y que tenían la ventaja de que no me impedían utilizar la cámara. El último tramo era una cuesta que subimos con calma. Notábamos la altura. Los otros dos glaciares se ocultaron entre sus respectivas montañas. El mensaje era claro: concentrarse en el dominante.



No llegamos hasta el extremo de la lengua. En los recorridos que habíamos visto desde el hotel se infiltraban por un pasillo en el propio glaciar, lo cual nos parecía una burrada. Como también lo era la incursión de un vehículo especial con unas ruedas inmensas que destrozarían, sin duda, todo lo que se interpusiera en su camino. Instaban a dejar el vehículo propio en el parking y subir con las lanzaderas públicas, por ser más ecológico y protector (y también más caro), eso decían, para luego permitir esos atentados. Poderoso caballero es don dinero.

El sonido del viento quería darnos explicaciones, aunque desconociéramos su idioma. Le dejamos que se expresara, por supuesto, con respeto a su esfuerzo. Esta era una experiencia personal y había que abandonarse a la contemplación. Las nubes de las montañas se despedían en favor de otras, se desprendían de las cumbres, daban un breve descanso al sol, se desvanecían o se acumulaban. Me fijé en esas evoluciones y cargué toda esa mezcla de impulsos en mis sentidos.

0 comments:

Publicar un comentario