El siguiente lago en nuestro
itinerario (y, por desgracia, el de muchas personas más) fue Peyto. Era
espectacular. Debía su nombre a otro antiguo guía, y trampero: Ebenezer William
Peyto. Estaba encajado entre los picos Caldron, Peyto y Jimmy Simpson.
Subimos hasta Peyto Pass, aparcamos
el coche y subimos una cuesta no demasiado selectiva pero suficiente para poner
a prueba el resuello de todos. El bosquecillo que atravesaba el camino era
menos dramático que los observados desde lejos.
Sin duda, el gran atractivo de
Peyto Lake era el color de sus aguas, un azul singular, diría que imaginativo,
cautivador. Era brillante y deslumbrante. El color se debía a los minerales de
su base y a las bacterias que lo habitaban.
Al color se unía una
escenografía extraordinaria. Desde el mirador de madera, atestado de gente
haciendo fotos más que contemplando el espectáculo natural, a la izquierda,
estaba el glaciar que alimentaba sus aguas y que al haber retrocedido 2 kilómetros
dejaba una amplia extensión gris y yerma. Pequeñas cascadas y regatos se
deslizaban por el rostro de la montaña rompiendo la uniformidad de la misma.
Todo el frente inferior estaba bien poblado de coníferas que alfombraban la
falda y la base hasta las aguas. Hacia la derecha, el lago desaguaba por el río
Mistaya, que creaba más allá un sugerente cañón muy interesante de visitar. El
lago era alargado y estrecho. Las nubes bajas se apropiaban de la zona a
nuestra derecha. Me imaginé cómo sería todo en un día soleado.
Nos hicimos un hueco junto a la
barandilla de madera para cumplir también nosotros con el ritual de las fotos, como
todo el mundo. Charlamos con unas chicas jóvenes y guapas, les ofrecí hacerles
unas fotos para, después, que nos dejaran hueco y nos las hicieran ellas a
nosotros. Nos las habíamos encontrado en Bow Lake y nos las volvimos a
encontrar varias veces. Qué pequeño es el mundo.
La sensación era agradable,
aunque sobraba tanta gente para experimentar la comunión con el medio. Me alejé
un poco del mogollón, me relajé, respiré hondo, cerré los oídos y abrí mi alma.
Al inhibirme del ruido entré en un pequeño trance filosófico. Aquellos lugares
que un día fueron solitarios y remotos hoy sufrían el turismo de masas. Alguna
persona cruzaba la valla y compraba papeletas para la rifa de un accidente.
Todos los años había alguno, aunque no parecía que hubiera muerto nadie.
El sonido del viento llenó mi
mente. Escuché algún pájaro, o quizá es que mi cabeza lo inventaba. Hubiera
sido capaz de meditar en aquel lugar.
Siempre diré que la experiencia
de los sentidos y los sentimientos nunca se puede igualar con unas fotos o un vídeo.
Las imágenes guardadas pueden evocarnos esos momentos vividos, lo cual tiene
también su importancia.
El valle por el que desaguaba el
lago empezó a poblarse de densas nubes bajas que ocultaban la inmensa masa
forestal. Llovía tenuemente, como con un vaporizador. Era la zona a la que nos
dirigimos posteriormente.
A la salida del lago tuvimos una
pequeña mala experiencia. Un vehículo había volcado y asistimos a los trabajos
de evacuación de los heridos en helicóptero. Pintaba mal. Estuvimos parados
algo más de media hora.
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