Los bosques eran una masa
continua, a veces impenetrable y celosa que impedía ver la parte baja de aquel
escenario natural de lagos y ríos que avanzaban poderosos por un valle en
artesa o que serpenteaban por la ausencia de pendiente. Sus aguas eran color
chocolate. El arrastre era tremendo. Cascadas y glaciares se alternaban, se
complementaban. Y algunas veces las vías del tren se integraban de la mejor forma
posible.
Varios carteles anunciaban
peligro de animales que podían cruzar inesperadamente la carretera, como alces
o cabras. También había que tomar prevenciones con la gasolina y la comida ya
que los puntos de abastecimiento podían estar muy alejados unos de otros.
Hubo opiniones divergentes sobre
las nubes bajas. A mí me gustaban. Eran dramáticas, fantasmagóricas, hasta algo
morbosas por esconder ríos y praderas, montañas u otros elementos del paisaje. Eran
el perfecto adorno que dotaba de una personalidad adormecida. El viento jugaba
con las nubes y en algunos momentos se cabreaba y las desplazaba.
Nos desviamos hacia Bow Lake. Otra
vez reinaba el silencio. Estábamos a unos dos mil metros sobre el nivel del mar.
El alojamiento junto al lago era Nim-Ti-Jah Lodge. Los actuales dueños, al
consultar a los ancianos de la nación stoney nakada decidieron suprimir el
nombre de Jimmy Simpson con el que fue conocido en el pasado. No nos hubiera
importado quedarnos una noche en aquel privilegiado establecimiento con
hermosas vistas al lago, los glaciares y las montañas.
El lugar merecía un amplio paseo
y regodearse con el perfil de la sierra y los glaciares que alimentaban
cascadas en las montañas de rocas oscuras y arañadas. Los reflejos eran
simetría.
Los pinos eran altos y delgados,
de troncos finos, erizados. Desde lejos se apreciaba menos su increíble altura.
En otros lugares, alojaban nieve entre sus copas. A veces parecía que formaban
un solo cuerpo.
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