El Parque Nacional Yoho era muy antiguo.
Fue fundado en 1885 y su nombre significaría asombro o maravilla en la lengua chippewa-cree.
Pasábamos de la provincia de Alberta a la de Columbia Británica.
Durante el trayecto nos
acompañaron montañas de cumbres peladas y rostros agrietados que se sustentaban
sobre faldas arboladas. Daban respeto. El desvío nos introdujo en una carretera
espectacular plagada de curvas cerradas. Nos hubiera gustado parar en varios
lugares y degustar ese paisaje dominado por los gigantes de piedra. La
temperatura fue bajando y el sol se tomó un descanso.
Una de las visitas ineludibles
del parque era la cascada Takakkaw. La alimentaba el glaciar Daly y seguía
activa en verano. Su momento más espectacular lo desplegaba en junio, con el
deshielo, cuando empezaba a ser accesible. Su nombre se traduciría como esto es
magnífico, y no le faltaba razón. Desde el aparcamiento escuchamos su
estruendo, o su llamada, que todo es posible.
Un sendero paralelo al río ofrecía
las primeras imágenes e impresiones. La melena blanca se filtraba entre los
pinos. El río era de un color extremadamente blanco, como si aún fuera hielo o
nieve. En invierno las temperaturas podían caer hasta menos 30 grados. En
octubre, con las primeras grandes nevadas, regresaba a su aislamiento.
La caída era de unos 250 metros,
sencillamente espectacular, hipnótica. Junto al puente, el sonido del río era
femenino, más suave, constante, armonioso. El de la cascada era masculino,
poderoso, ostentoso, de macho alfa, como un tambor de sonido desbordado.
Mucho antes de llegar a su base notabas
la humedad y, posteriormente, te calabas de forma inmisericorde. El ambiente se
poblaba de una fina niebla que aprovechaba el sol para formar un discreto arco
iris. El arco casi coincidía con el lugar de impacto del torrente, que
desaguaba entre las rocas trazando como podía su destino. Ascendimos hasta que
la lluvia concentrada en la cola de caballo hacía inaccesible el sendero. Miré
hacia atrás y me sorprendió la extrema belleza del lugar. Una montaña
sobresalía sobre las demás. Hacia ella se dirigía al río. En una parte reinaba
la luz y en otra las sombras agazapadas en el cielo.
Con pesar, nos subimos al coche.
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