Después de hacer la compra nos
lanzamos por la ascendente carretera que llegaba al lago Louise en busca de un
lugar donde comer. La carretera hacia el lago Moraine estaba cortada al
saturarse el parking.
Tuvimos suerte y en uno de los
aparcamientos intermedios, que estaba casi lleno, pudimos aparcar y comer en
una mesa de madera con bancos de la zona de picnic. No tuvimos competencia al
ser demasiado tarde para los locales, que incluso iban abandonando la zona. Eso
nos dio algunas esperanzas.
Mientras comíamos le pregunté a
un joven estadounidense si el lago estaba cerca. No sabía y poco menos que
pasaba de nosotros: el subiría en bicicleta y se dejaría de complicaciones. Sin
saber muy bien qué nos encontraríamos, regresamos a la carretera de acceso. El
tráfico de subida era algo menos denso que el de bajada. Al llegar al
aparcamiento nos instaron a seguir. José Ramón le echo un poco de morro y le
explicó a la joven que controlaba el tráfico que estaba lesionado y caminaba
con dificultad. La joven indicó que si no tenía identificativo de minusválido
tenía que seguir. José Ramón insistió y se formó un pequeño atasco. Apareció el
supervisor, menos mal, porque la joven estaba dispuesta a llamar a los de
seguridad. Todos eran hispanos y este segundo se apiadó de nosotros, incluso,
nos ofreció un hueco en la zona restringida. Aparcamos y José Ramón tuvo que
caminar con dificultad, apoyado en uno de nosotros para que el montaje fuera
más convincente.
En 1882, los indios stoney mostraron
este lugar a Tom Wilson, empleado del ferrocarril que realizaba un mapa
topográfico para el futuro trazado. Quedó maravillado y denominó al lago Emerald,
esmeralda, por el color de las aguas. No se calentó mucho la cabeza. Los indios
lo llamaban el lago de los pececitos. Dos años después fue rebautizado con el
nombre de la hija de la reina Victoria y esposa del Gobernador General de Canadá.
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