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Viaje a Alaska y Canadá 120. Johnston Canyon.


 

El siguiente circulito en nuestro mapa, un must, como resaltaban en los folletos, era Johnston Canyon. La soledad de la que habíamos disfrutado en nuestra anterior parada había desaparecido. El parking estaba a parir y gracias a la habilidad y decisión de José Ramón encontramos un hueco. La buena noticia es que se acercaba a la hora de comer local y mucha gente abandonaba la ruta. La mayoría eran familias con niños, entusiastas, sonrientes, gozadores. El sol pegaba con justicia.

La senda se acurrucaba paralela al río y aprovechando los huecos que permitía el estrecho cañón. El primer objetivo eran las cascadas inferiores, a poco más de un kilómetro y media hora de caminata. Las cascadas superiores estaban a 2,6 kilómetros e implicaban una hora más.



El descubrimiento de este arroyo y su paso entre las montañas se debió a un buscador de oro de nombre, claro está, Johnston, quien en la década de 1880 se aventuró por estos lares en busca de fortuna. Era una época en que los mineros se adentraban en las profundidades de la montaña en busca de ríos auríferos. Recordemos a los buscadores de Juneau y otros lugares de Alaska o del oeste de Canadá, o la posterior Fiebre del Oro del Klondike cuando el siglo XIX tocaba a su fin. Johnston no encontró metales preciosos, pero nos legó este tesoro paisajístico al que pusieron su nombre. El lugar se convirtió en las décadas posteriores en una de las paradas casi obligatorias de los visitantes. La familia Camp, Marguerite y Walter, se establecieron aquí y gestionaron la casa de té que aún se conserva y que dirigen sus descendientes.

El río bajaba animoso, sin bravuconadas, cantarín, arropado por los enhiestos abetos que le protegían del sol. Me encantó el juego de luces y sombras que dejaba aquel camino. Pronto se fue estrechando y se magnificaron los acantilados. Los árboles tuvieron que mantener el equilibrio como pudieron, se inclinaron sobre el arroyo o se dejaron vencer por los elementos. Todo ello era un fantástico aderezo adicional al paisaje encajado y virtuoso.

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