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Viaje a Alaska y Canadá 114. Llegada a Calgary.


 

Calgary es una ciudad que progresó con el petróleo, entró en crisis cuando lo hizo el producto y diversificó su economía para evitar esa dependencia. Pertenecía a la provincia de Alberta. Hasta la llegada del ferrocarril fue un punto sin importancia en la inmensidad de las praderas. Sin embargo, en la actualidad, era la tercera ciudad del país por población, un millón trescientos mil habitantes, aproximadamente, y algo más tomando en consideración la zona metropolitana. En el último tercio del siglo XX su crecimiento fue espectacular, aunque a costa de generar graves problemas de desarrollo urbano y escasez de vivienda.

En una imagen de Wikipedia aprecié una interminable pradera con varias construcciones que recordaban los pueblos más remotos del Oeste. Calgary nació como un pueblo vaquero, lo que recordaban en la celebración anual de su festival más famoso, el Stampede, en junio. Como nos había comentado Ángel, amigo de José Ramón, el ambiente vaquero era total. nos describió con pasión los rodeos que había vivido durante su estancia.

La ciudad actual era fruto de un desarrollo urbanístico que sustituyó casas bajas por rascacielos. Sin límites que impidieran su extensión, salvo por una reserva india, se había derramado por la planicie al ritmo que crecía su población.



La diversificación económica había abarcado la agricultura, la alta tecnología y el turismo. Calgary era la puerta de entrada a las Rocosas, dada su cercanía. En coche, desde Vancouver, alcanzar las Rocosas era una locura. Sin embargo, en avión, era algo menos de hora y media. Nuestro vuelo salió con un ligero retraso. Al llegar a Calgary había que retrasar una hora.

Domingo por la tarde, en verano, que animaba a huir de la ciudad, y con lluvia, era una garantía de muermo en la urbe. Puede que Calgary no fuera la alegría de la huerta y que tuvieran razón José Ramón y Javier al decir que atesoraba pocos lugares que visitar. Los elementos no colaboraron en absoluto para mejorar nuestra percepción. El vuelo había aterrizado con media hora de retraso, las maletas habían tardado en salir, lo cual explicaría que la mayoría del pasaje no hubiera facturado y que el equipaje de mano fuera descomunal, y las gestiones en el alquiler de coches se eternizaron. Intentaron colarnos todos los extras del mundo y pagamos un suplemento de 50 dólares por la cobertura más total y sin franquicias, a pesar de que llevábamos contratado desde España un seguro a todo riesgo. La empleada no llegó a convencernos para contratar la devolución del coche sin gasolina, al contrario de lo que era habitual en Europa. Algún truco habría que favoreciera a la empresa. Encima, nos dieron un Kia en que no entraban las cuatro maletas en la parte posterior del vehículo. Jesús había medido el maletero del RAV4 contratado por internet y había confirmado que entraban sin problema. Esto nos obligó a llevar mi maleta en el centro, atrás, entre Jesús y yo. Desconozco aún si aquello era legal.

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