Calgary es una ciudad que
progresó con el petróleo, entró en crisis cuando lo hizo el producto y
diversificó su economía para evitar esa dependencia. Pertenecía a la provincia
de Alberta. Hasta la llegada del ferrocarril fue un punto sin importancia en la
inmensidad de las praderas. Sin embargo, en la actualidad, era la tercera
ciudad del país por población, un millón trescientos mil habitantes,
aproximadamente, y algo más tomando en consideración la zona metropolitana. En
el último tercio del siglo XX su crecimiento fue espectacular, aunque a costa
de generar graves problemas de desarrollo urbano y escasez de vivienda.
En una imagen de Wikipedia
aprecié una interminable pradera con varias construcciones que recordaban los
pueblos más remotos del Oeste. Calgary nació como un pueblo vaquero, lo que
recordaban en la celebración anual de su festival más famoso, el Stampede,
en junio. Como nos había comentado Ángel, amigo de José Ramón, el ambiente
vaquero era total. nos describió con pasión los rodeos que había vivido durante
su estancia.
La ciudad actual era fruto de un
desarrollo urbanístico que sustituyó casas bajas por rascacielos. Sin límites
que impidieran su extensión, salvo por una reserva india, se había derramado
por la planicie al ritmo que crecía su población.
La diversificación económica
había abarcado la agricultura, la alta tecnología y el turismo. Calgary era la
puerta de entrada a las Rocosas, dada su cercanía. En coche, desde Vancouver,
alcanzar las Rocosas era una locura. Sin embargo, en avión, era algo menos de
hora y media. Nuestro vuelo salió con un ligero retraso. Al llegar a Calgary
había que retrasar una hora.
Domingo por la tarde, en verano,
que animaba a huir de la ciudad, y con lluvia, era una garantía de muermo en la
urbe. Puede que Calgary no fuera la alegría de la huerta y que tuvieran razón
José Ramón y Javier al decir que atesoraba pocos lugares que visitar. Los
elementos no colaboraron en absoluto para mejorar nuestra percepción. El vuelo
había aterrizado con media hora de retraso, las maletas habían tardado en salir,
lo cual explicaría que la mayoría del pasaje no hubiera facturado y que el
equipaje de mano fuera descomunal, y las gestiones en el alquiler de coches se
eternizaron. Intentaron colarnos todos los extras del mundo y pagamos un
suplemento de 50 dólares por la cobertura más total y sin franquicias, a pesar
de que llevábamos contratado desde España un seguro a todo riesgo. La empleada
no llegó a convencernos para contratar la devolución del coche sin gasolina, al
contrario de lo que era habitual en Europa. Algún truco habría que favoreciera
a la empresa. Encima, nos dieron un Kia en que no entraban las cuatro maletas
en la parte posterior del vehículo. Jesús había medido el maletero del RAV4 contratado
por internet y había confirmado que entraban sin problema. Esto nos obligó a
llevar mi maleta en el centro, atrás, entre Jesús y yo. Desconozco aún si
aquello era legal.
0 comments:
Publicar un comentario