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Viaje a Alaska y Canadá 113. Desembarco.


 

Estábamos preparados para combatir contra los medios para desembarcar sin incidentes. Nos habíamos conjurado (o, al menos, mentalizado) para enfrentar todos los inconvenientes imaginables. Hubo un pequeño atasco para tomar el ascensor y bajar hasta la cubierta de desembarco. Por megafonía solicitaban que quien no fuera a desembarcar (se podía desde las 7:45) no utilizaran los ascensores. Aquella buena voluntad cayó en saco roto. No obstante, al tercer ascensor habíamos logrado montarnos.

La enorme nave que nos acogió para el control de pasaportes a la ida estaba bastante despoblada, quizá porque ahora quienes realizaban el trámite, los canadienses, estaban más relajados y no se producían aglomeraciones. Pasamos el trámite bastante rápido. Los cuatro pensamos que podríamos haber completado esta fase con tiempo suficiente para no perder el vuelo inicialmente programado a las 10 de la mañana. También coincidimos en que era mejor no haber arriesgado y poner en peligro toda una fase del viaje.

Al salir de la terminal nos encontramos el mismo caos que vivimos la semana anterior, aunque en sentido contrario. Arrastrando nuestras maletas nos alejamos lo suficiente para no ser devorados por la marabunta. Regresábamos a zona con wifi, con lo que entraron todos los mensajes pendientes de los últimos días y salieron las fotos que habíamos enviado a los diferentes grupos de amigos y familia. Como todos queríamos revisar nuestra actividad nos sentamos primero en un banco y luego en una cafetería bien montada al otro lado de la calle, Deville. La chica que nos atendió era de París con lo que le canté I love Paris in the summer y le recité aquello de “le matin, le soir ou l’après-midi, Paris est toujours jolie”. La captamos inmediatamente para nuestra causa y nos regaló unos bollitos que tenía escondidos bajo el mostrador. Los cuatro capuchinos costaron 20 dólares canadienses.

La inundación de fotos a familia y amigos causó también un flujo enorme de mensajes. Les habían gustado los paisajes, pero los que más comentarios produjeron fueron las fotos de las juergas y los bailes, con reacciones tremendamente divertidas. Se me ocurrió comentar que nos habían nombrado animadores aficionados y mi amiga Virginia me rectificó diciendo que éramos de primera división. Lo mismo habíamos orientado mal nuestra vocación y podíamos pedir la incorporación como animadores en el siguiente crucero. A esta fecha no hemos recibido ofertas.

Al ser domingo, los billetes hasta el aeropuerto costaban solamente 3,15 dólares, lo que supuso un ahorro cercano a los 200 dólares, que paliaba el extra por el cambio de billetes de avión. El trayecto duró media hora. No nos entretuvimos y facturamos las maletas, pasamos el control de seguridad y nos fuimos a la zona de tiendas, bastante escasa. Nos recreamos en el ejercicio de hacer tiempo durante la espera. Yo me entretuve poniendo al día mis notas. Nos encontramos con Mitch y Ashley que regresaban a Toronto y charlamos durante un buen rato.

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