Estábamos preparados para
combatir contra los medios para desembarcar sin incidentes. Nos habíamos conjurado
(o, al menos, mentalizado) para enfrentar todos los inconvenientes imaginables.
Hubo un pequeño atasco para tomar el ascensor y bajar hasta la cubierta de
desembarco. Por megafonía solicitaban que quien no fuera a desembarcar (se
podía desde las 7:45) no utilizaran los ascensores. Aquella buena voluntad cayó
en saco roto. No obstante, al tercer ascensor habíamos logrado montarnos.
La enorme nave que nos acogió
para el control de pasaportes a la ida estaba bastante despoblada, quizá porque
ahora quienes realizaban el trámite, los canadienses, estaban más relajados y
no se producían aglomeraciones. Pasamos el trámite bastante rápido. Los cuatro
pensamos que podríamos haber completado esta fase con tiempo suficiente para no
perder el vuelo inicialmente programado a las 10 de la mañana. También
coincidimos en que era mejor no haber arriesgado y poner en peligro toda una
fase del viaje.
Al salir de la terminal nos
encontramos el mismo caos que vivimos la semana anterior, aunque en sentido
contrario. Arrastrando nuestras maletas nos alejamos lo suficiente para no ser
devorados por la marabunta. Regresábamos a zona con wifi, con lo que entraron todos
los mensajes pendientes de los últimos días y salieron las fotos que habíamos
enviado a los diferentes grupos de amigos y familia. Como todos queríamos
revisar nuestra actividad nos sentamos primero en un banco y luego en una
cafetería bien montada al otro lado de la calle, Deville. La chica que
nos atendió era de París con lo que le canté I love Paris in the summer y
le recité aquello de “le matin, le soir ou l’après-midi, Paris est toujours jolie”.
La captamos inmediatamente para nuestra causa y nos regaló unos bollitos que
tenía escondidos bajo el mostrador. Los cuatro capuchinos costaron 20 dólares
canadienses.
La inundación de fotos a familia
y amigos causó también un flujo enorme de mensajes. Les habían gustado los
paisajes, pero los que más comentarios produjeron fueron las fotos de las
juergas y los bailes, con reacciones tremendamente divertidas. Se me ocurrió
comentar que nos habían nombrado animadores aficionados y mi amiga Virginia me
rectificó diciendo que éramos de primera división. Lo mismo habíamos orientado
mal nuestra vocación y podíamos pedir la incorporación como animadores en el
siguiente crucero. A esta fecha no hemos recibido ofertas.
Al ser domingo, los billetes
hasta el aeropuerto costaban solamente 3,15 dólares, lo que supuso un ahorro
cercano a los 200 dólares, que paliaba el extra por el cambio de billetes de
avión. El trayecto duró media hora. No nos entretuvimos y facturamos las
maletas, pasamos el control de seguridad y nos fuimos a la zona de tiendas, bastante
escasa. Nos recreamos en el ejercicio de hacer tiempo durante la espera. Yo me
entretuve poniendo al día mis notas. Nos encontramos con Mitch y Ashley que
regresaban a Toronto y charlamos durante un buen rato.
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