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Viaje a Alaska y Canadá 98. El fiordo de Endicott.


 

El Tracy Arm-Fjords Terror Wilderness consistía en dos profundos y estrechos fiordos. El primero de ellos, Tracy Arm, que debía su nombre al Ministro de Marina Benjamin Franklin Tracy, estaba previsto que lo visitáramos antes de llegar a Juneau. Nos lo impidió el mar con su bravura desenfrenada. El otro fiordo era Endicott, previsto para aquella mañana. Ambos tenían unos 48 kilómetros de largo. Nos encontrábamos al sur de Juneau y al norte de Petersburg. Se accedía por Stephens Passage y Holkham Bay. El objetivo era acercarnos a los glaciares. Al final de Tracy Arm estaban los glaciares gemelos North y South Sawyer.

Era el tercer día que nos levantábamos a las 6:30. La llegada al fiordo de Endicott estaba prevista para las 7. Un cuarto de hora antes salimos del camarote y nos encontramos una peregrinación de pasajeros hacia las cubiertas superiores.

El barco se fue acercando lo más posible hasta el glaciar que desprendía bloques de hielo de diferentes tamaños. Hablar de icebergs era arriesgado ya que no eran demasiado grandes. Los capitanes intrépidos debían llevar cuidado al aventurarse por estas aguas ya que no hacía mucho tiempo un crucero chocó con una de estas formaciones de hielo y no pudo completar el viaje hasta Juneau. El recuerdo del Titanic nos llenó de respeto.



El frío era intenso. Me puse los guantes y un rato después una prenda para el cuello que utilizo habitualmente para esquiar y que acabé subiendo para taparme las orejas. Me daba un aspecto cómico y ridículo, de doña Rogelia, pero lo preferí a estar congelado.

La mañana estaba despejada. El fiordo era estrecho y en algunos momentos parecía que el barco fuera a rozar con las montañas, que desprendían hilos de agua o sugerentes cascadas muy finas. En lo alto, la nieve y el hielo quedaban entre los dientes afilados de los picos. El paisaje era una completa maravilla.

Nos posicionamos en la proa, delante del gimnasio, en donde ya había parroquianos machacándose. Pensé que no sentía tanto fervor por mi cuerpo.

Las nubes grises horizontales daban un toque teatral, fantasmagórico al glaciar que se fue perfilando. Nos entretuvimos observando los hielos desprendidos. Sobre alguno de ellos se alojaban focas pequeñas, de un color pardo o marrón claro. Al principio creímos que eran rocas.

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