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Viaje a Alaska y Canadá 97. Un poco de baile, que es muy necesario.


 

Aquel día habíamos realizado planes independientes, Javier y José Ramón, por una parte, y Jesús y yo, por otra. No coincidimos salvo en el desayuno y en la cena. El barco era tan inmenso que podías vagar por él sin encontrar a nadie conocido. Era una ventaja para mantener tu espacio, pero era una faena para organizar planes conjuntos.

Javier y José Ramón se habían encontrado con nuestros compañeros de mesa en Haines mientras tomaban una cerveza. Habían charlado abundantemente de todo un poco y habían profundizado en algunos temas, incluso de política, un tema escabroso con la mayoría de la gente. Eran gente agradable y martina nos había tomado cariño. Preguntaba por nosotros a menudo. Carlota estaba siempre pendiente de su hermana.

El espectáculo de aquella noche estaba dedicado a las estrellas del rock. Cantaron canciones de Michael Jackson, Sting, Santana, Elvis y muchos otros con unas coreografías sugerentes. Fueron 45 minutos bien elaborados que arrancaron los entusiastas aplausos del público, entregado a la causa de la diversión y el goce.

Al terminar no sabíamos muy bien qué hacer. Nos esperaba un nuevo madrugón, aunque no estábamos muy dispuestos a irnos a dormir tan pronto, por lo que dimos un paseo por el barco y nos fuimos, sin demasiada convicción, a la discoteca de la cubierta 13. El panorama no era demasiado desolador. Tampoco animaba mucho. Algunos pasajeros bailaban al tran tran. José Ramón propuso salir a la pista y yo no opuse ninguna resistencia.

Empezamos a bailar de la forma más estrambótica que se nos ocurrió y para nuestra sorpresa fuimos secundados por un grupo de cuatro jóvenes de aspecto oriental que eran de Vancouver. Se pusieron a imitarnos, lo cual nos animó a ser más gamberros y poco después estábamos todos bailando en grupo y animando el cotarro. Tanto, que todos los que se asomaban a la discoteca se quedaban y algunos entraban en la pista por el buen ambiente que reinaba.

El tiempo de pandemia había sido devastador para los que nos gusta bailar. De ser algo habitual pasó a ser algo tan esporádico que fue excepcional. ¡Qué ganas teníamos de bailar y corrernos una juerga! El crucero nos ofreció la posibilidad de quitarnos la espina y disfrutar desenfrenadamente.

A partir de aquel momento fuimos considerados los bailones de la discoteca, un gran honor, sin duda.

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