La hora límite para embarcar
estaba fijada a las cinco y media. Los rezagados apretaban el paso y dejaban
Haines sumido en la más profunda tranquilidad. Hasta el mar parecía más sobrio.
El cielo echó el telón con parsimonia, se vistió de nubes grises sin demasiada
convicción y simuló un atardecer adelantado.
Desde la atalaya de las
cubiertas superiores observé al otro crucero que había quedado fondeado en la
misma ensenada. Formaba una preciosa estampa, muy marinera, de catálogo para
convencer a los clientes de que en Alaska el paraíso existía y era accesible. Le
reté a que se combinara con el paisaje para pagarme tributo en forma de bellas
imágenes. Era un fiel servidor que me ayudó a volver a contemplar ese entorno
con otros ojos, con otra mirada.
El barco empezó a separarse del
muelle en una maniobra que ya me resultaba familiar. Me equivoqué totalmente
sobre la dirección que tomaría. No importaba porque el trayecto de la tarde fue
muy hermoso. Los tramos que transcurrían por canales entre islas eran siempre
espectaculares. Por eso fui de un lado al otro del barco para retener esas impactantes
perspectivas. Los árboles parecían agujas clavadas en las paredes casi
verticales de las montañas. Cuando creía que era imposible el más mínimo rastro
humano permanente apareció una casita incrustada en el bosque o un faro
arropado por el verdor intenso.
La altura de las montañas me
hizo sentir pequeño, indefenso, vulnerable, a merced de ese medio que si
quisiera me aplastaría sin remisión. Pero al ser tan insignificante no llamaba
su atención y no merecía una demostración de violencia, sí de la grandeza
ciclópea del pasillo marino.
La salida de puerto y su
prolongación llenó de prodigios naturales mi espíritu. Si hubiera estado inspirado,
habría sabido entresacar de los picos nevados, los glaciares somnolientos o las
grietas entre montañas las leyendas que trazaron los dioses antiguos. El frío
intentó devastar mi ánimo y se coló por todas partes. No lo consiguió y recurrí
a uno de mis trucos: bajar a la piscina cubierta para recuperar el calor del
cuerpo.
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