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Viaje a Alaska y Canadá 92. Descenso por el río Chilkat II


 

Conformaron los grupos y nos pusieron con dos matrimonios de bastante volumen y un señor que se parecía enormemente al presidente Obama y con el que habíamos coincidido en la excursión de ballenas de Sitka. Nos colocaron a Jesús y a mí en la zona de proa. En el centro iba Docky, que demostró su gran pericia y fuerza. No dudó un instante cuando había que saltar de la embarcación para desencallar la misma, algo bastante habitual por el escaso calado del cauce.

La maniobra más peligrosa, quizá la única, era la salida. El río iba bravo y la embarcación tomó velocidad rápidamente, enfiló hacia la orilla, donde esperaban unas ramas bajas que había que sortear escondiendo la cabeza entre las piernas y bajando el cuerpo hacia el fondo. Superamos la prueba. Aquello fue mucho más excitante de lo que parecía.



Los bancos de arena y cantos rodados formados por el arrastre de materiales del río y los troncos y ramas que se alojaban por todas partes eran los obstáculos a salvar. Nada impidió que Docky nos llevara con pericia.

La corriente nos arrastró hasta la otra orilla con la ayuda de un meandro. Un fenómeno fantasmagórico nos esperaba. Las nubes de niebla de la mañana se habían agazapado en la parte baja ocultando la orilla. Los troncos flotaban sobre ella. Querían que el visitante hiciera un ejercicio de imaginación, quizá para que se relajara y no hiciera mala sangre con los peligros que le acechaban. Era como penetrar en la laguna Estigia. Instintivamente lancé una mirada a Docky y comprobé que no tenía aspecto de Caronte, aunque probablemente era mucho más hábil que el barquero mitológico. La orilla tampoco tenía pinta de ser el Hades, aunque se ocultara entre la niebla y dejara pasar entre los velos de gasa mística una imagen indefinida que tanto podía ser del paraíso como del infierno.



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