Volvimos a pasar a una ciclista. En una de las paradas que habíamos realizado nos había sobrepasado. En el tramo en obras subieron su bicicleta a una camioneta de caja abierta y la volvieron a depositar al final. Aquella ruta era muy popular entre los canadienses de la Columbia Británica. Era previsible que cuando concluyeran la carretera que unía a ambos territorios habría una afluencia mayor. Me parecía excesivamente atrevido adentrarse en estos lugares en solitario. Los osos podrían dar un susto o un repentino cambio del tiempo que sumiera el lugar en una poderosa tormenta.
En el río Chilkat desembocaba el
Chilkoot y el Klehini. El Chilkat nacía en un lago más al norte, donde en aquel
momento estarían José Ramón y Javier. Todo ese aporte, y las lluvias caídas el
día anterior contribuían.
Llegamos a la base de las
embarcaciones neumáticas. Eran muy similares a las que se utilizan para
rafting, fuertemente reforzadas. Eran enormemente resistentes y, además,
bastante seguras.
Nos asignaron unas botas de
plástico de caña alta, para el caso de que hubiera que chapotear en el río, y
un chaleco salvavidas. Su utilidad era limitada, ya que el mayor peligro al
caer a un río de aguas glaciares era la hipotermia. Se calculaba que podías
aguantar en ellas no más de veinte o veinticinco minutos antes de que fuera
irreversible. El jefe del grupo nos dio un par de instrucciones, similares a
las de rafting. Le pregunté si podía llevar mi cámara y me animó a ello. No
debía temer por ella. Me tranquilizó bastante, no por la cámara sino por la
actividad en general.
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