Me entretuve en la lectura de
unos paneles sobre las águilas calvas. Uno de los aspectos que destacaban era
su poderosa vista, esencial para la caza y su alimentación, que consistía
esencialmente en pescado, aunque podía comer cualquier tipo de ave o mamífero.
También animales muertos o basura. Me llamó la atención su afición a robar
alimentos, incluso a otras águilas. Preferían esa forma de piratería, como la
calificaban, especialmente aquellos ejemplares menos dotados para la caza. Eso
sí, podían encontrarse con una firme oposición de quienes habían obtenido los
alimentos con el sudor de sus alas.
Su excelente visión era debida a
los dos puntos focales de cada ojo. Los humanos teníamos solo uno. Ganaban en
profundidad y les permitía alcanzar una distancia ocho veces superior a la
nuestra y con mayor precisión. Sus ojos eran tan grandes como los nuestros, a
pesar de ser entre diez y veinte veces más pequeñas en tamaño. Para una mayor
protección de tan privilegiado elemento, se incrustaban en una potente
estructura ósea y muscular a la que acompañaba una membrana. Perdían movilidad,
lo que les obligaba a mover la cabeza.
Fuimos testigos de uno de sus
famosos picados sobre el agua. Eran tan hábiles que apenas se mojaban el cuerpo,
aunque estaban dispuestas a ello si la presa era más robusta. Incluso llegaban
a sumergirse y nadar. De pronto, algo caía del cielo con una velocidad
inusitada, chocaba contra la superficie y remontaba con un pez en las garras.
Habitualmente cazaban en las dos primeras horas del día y luego disfrutaban de
la jornada socializando, descansando en su nido o en una rama o volando
aprovechando las burbujas térmicas. Eran sofisticadas planeadoras con un vuelo
elegante y vistoso, muy bello.
Obtenida la presa la sujetaban
con las garras y la reducían a trozos manejables con su poderoso pico.
El águila formaba un interesante
binomio con el cuervo en las culturas nativas del norte de América. En la
cultura Klukwan, del pueblo tlingit, aportaban equilibrio por su forma de
articularse. Laayaheidi, el cuervo, era el creador, mientras que el águila,
Shanjukeidi, era su igual. Representaban divisiones diferentes de estos
pueblos. Conformaban una totalidad en la mística indígena.
Por ello, era habitual que el
águila se hubiera convertido en un símbolo para las diversas entidades
socioculturales del país. Fueron veneradas por los nativos. Sus plumas gozaban
de un carácter ceremonial y religioso. Sin embargo, para los descendientes de los
europeos eran animales odiados. Los granjeros se quejaban de que atacaban al
ganado y ofrecieron recompensas por su muerte. Su población cayó
ostensiblemente por los pesticidas utilizados que envenenaban su comida básica.
El panel me recordó la discusión
que hubo en los primeros años después de la independencia de Inglaterra para
elegir el animal que se incorporaría a su escudo. Benjamin Franklin propuso al pavo.
No veía con buenos ojos a un animal que robaba los alimentos.
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