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Viaje a Alaska y Canadá 89. Una cabaña junto al lago.


 

Realizamos una parada para ir al servicio y estirar las piernas.  Los troncos de los árboles no dejaban demasiado espacio para contemplar el paisaje que con tanto celo guardaban. Eran serbales, pinos, álamos tricocarpa y otras especies que no sabía distinguir y que me ilustró después Jesús, que estaba atento a todas las explicaciones.

Lo que me llamó la atención fue una cabaña de madera que miraba al río. La parte inferior, donde habían instalado una mesa y dos bancos, estaba anegada por la crecida. Traté de imaginar cómo sería la persona que había elegido un lugar tan recóndito para hacerse una cabaña básica y solitaria. Sería un alma que quisiera comulgar con la naturaleza, que le gustara el aislamiento. Quizá huía de la sociedad, con la que compartiría pocos puntos de convergencia. No sé si podría resistir allí unos días, a pesar de que siempre he querido disponer de un lugar donde pasar del mundo, donde pudiera escribir sin interrupciones, un lugar donde poder buscarme y quizá encontrarme. Alquilar una casita junto a un lago o un río y pasar una semana en un entorno saludable era uno de los grandes deseos de los americanos, tanto canadienses como estadounidenses.

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