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Viaje a Alaska y Canadá 111. Última noche, últimos momentos del crucero.


 

El bar central estaba matado, como casi siempre. El Safari Club, también. Subimos a la discoteca y no hubo forma de animar el ambiente. Estaba claro que nos invitaban a irnos a dormir. Además, había que despertarse temprano.

Salimos al exterior por última vez y recordé unos versos del poeta portugués José Régio:

Pinares melancólicos

por donde el viento sopla y juega la espuma,

y el mar jadea entre sollozos cálidos,

el mar…¡átlas sin fin que tiene la mano de Dios encima!

 

…Una débil luz de luna,

sombría,

escurría del cielo como perfume,

ascendía de la tierra como el incienso.

 

En la línea del horizonte, el mar inmenso

era un pequeño camino violeta.

Y la luna creciente llenaba el espacio.

 

Me relajó ese recuerdo y me puse a buscar los elementos que describía, que no eran iguales a los del poema pero que confluían en los recuerdos de otras ocasiones en que habíamos salido al exterior en busca de un poco de aire fresco y nos habíamos encontrado con el regalo del mundo del mar y el cielo, tan sencillo, tan fácil de gozar, dan poco estimado por muchos.

Antes de acostarme hice la maleta. Me costó ligar el sueño.

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