El bar central estaba matado,
como casi siempre. El Safari Club, también. Subimos a la discoteca y no hubo
forma de animar el ambiente. Estaba claro que nos invitaban a irnos a dormir. Además,
había que despertarse temprano.
Salimos al exterior por última
vez y recordé unos versos del poeta portugués José Régio:
Pinares melancólicos
por donde el viento sopla
y juega la espuma,
y el mar jadea entre
sollozos cálidos,
el mar…¡átlas sin fin que
tiene la mano de Dios encima!
…Una débil luz de luna,
sombría,
escurría del cielo como
perfume,
ascendía de la tierra
como el incienso.
En la línea del
horizonte, el mar inmenso
era un pequeño camino
violeta.
Y la luna creciente
llenaba el espacio.
Me relajó ese recuerdo y me puse
a buscar los elementos que describía, que no eran iguales a los del poema pero
que confluían en los recuerdos de otras ocasiones en que habíamos salido al
exterior en busca de un poco de aire fresco y nos habíamos encontrado con el
regalo del mundo del mar y el cielo, tan sencillo, tan fácil de gozar, dan poco
estimado por muchos.
Antes de acostarme hice la
maleta. Me costó ligar el sueño.
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