Nos volvimos a reunir todos para
la cena en el restaurante de la cubierta 5. Cada uno había rellenado esas horas
del día de una forma diferente: el gimnasio, los paseos, las estancias en la
piscina o en los bares.
Al terminar la cena nos quedamos
haciendo sobremesa con la familia catalana. No teníamos muchas ganas de acudir
al espectáculo del teatro. Esa noche lo comandaba un ventrílocuo de cierto
prestigio, Michael Harris, con lo que era probable que no nos enteráramos de
muchos de los chistes. No obstante, acudimos para la segunda mitad del
espectáculo y no nos decepcionó. Era bastante asumible.
La música en el bar central no
era muy animada. Varias parejas mayores se movían en plan bailes de salón. Dos
crías pequeñas, graciosísimas, bailaban a su aire. En general, la gente
mostraba una horrorosa cara de aburrimiento.
Nos fuimos a la cubierta 6, al Chef´s
Café. Acertamos, porque era donde estaba el ambiente. Había una original
iniciativa discotequera: Hush! Silent Party. Te entregaban unos
auriculares y podías seleccionar entre dos tipos de música: el color azul,
implicaba música más animada y joven, más actual. El color verde era de música
de los 80 y los 90. Esta forma de bailar se había puesto de moda en Nueva York,
donde había locales que ofrecían hasta siete variedades diferentes de música.
Cada cual elegía la que quería e iba a su bola. Una peculiar forma de
socializar.
En la pista no sonaba música
alguna. Escuchabas la reacción de la gente, sus gritos, cómo seguían la música
y la tarareaban en voz alta. Algunas parejas bailaban cada una con una música
diferente y a pesar de ello se coordinaban. A veces había una guerra de gritos:
unos bailaban alocadamente en azul y los verdes languidecían a la espera de un
cambio. El DJ controlaba los colores y según la profusión de unos u otros
comprobaba qué música era la más exitosa en la pista. Un grupo empezó a saltar,
otro siguió una coreografía que debía ser bastante conocida entre los
norteamericanos.
A las 12 cortaron la música y
nos invitaron a salir de la sala. Amagamos con irnos, pero subimos a la
discoteca en la cubierta 13. No había nadie. Ni siquiera el pincha, que había
dejado una música pregrabada. Decepcionante. Sin embargo, fue llegando gente,
pequeños grupos y nuestras jóvenes amigas orientales de Vancouver. Se habían
tomado muy en serio el código de vestimenta y llevaban bonitos vestidos de
noche, aunque con zuecos de piscina, chanclas o deportivas. Sin duda, eran las
más jaraneras del barco y arrastraban a otros amigos, que no les seguían la
marcha.
Se incorporó una pareja de Nueva
York que habían conocido José Ramón y Javier. Ella era muy bailona. Él era
simpático y un buen conversador. También aparecieron por allí un matrimonio de
Cali con su hijo, encantadores, a los cuales habíamos visto en otras ocasiones,
aunque nunca habíamos hablado con ellos. Por supuesto, nos acompañaron los
fieles del día anterior. Estábamos casi todos los que fuimos bautizados como el
equipo de animación paralelo. El momento culminante fue cuando pusieron una
canción de navidad muy conocida y todos la seguimos como posesos. Volvimos a
corrernos una juerga en toda regla.
Aquella noche había que avanzar
una hora los relojes ya que salíamos del territorio de Alaska. Nos fuimos a
dormir a las dos de la madrugada. Nos emplazamos para desayunar a las 9:30.
El barco se movía demasiado.
0 comments:
Publicar un comentario