Los días de navegación eran
propicios para casi cualquier actividad. El tiempo cundía mucho y al no sufrir
el encorsetamiento de los horarios podías dedicarte a lo que quisieras. Me
concentré en la figura de Malaspina y Bustamante y su famosa expedición de 1789
a 1794, la última gran expedición científica española por América y Oceanía.
Alejandro Malaspina nació en
Lunigiana, en la costa de Liguria, en 1754. La familia, noble aunque sin
grandes recursos, se trasladó a Palermo y poco después le enviaron a estudiar a
Roma. Fue ordenado caballero de la Orden de Malta y combatió contra los piratas
berberiscos del Mediterráneo, según leí en el Atlas de los exploradores
españoles. Con 20 años, en 1774, entró en la Academia de Guardiamarinas de
Cádiz.
Destacó como estudiante, lo que
le dio una base científica de la que gozaron muchos de los oficiales de la
Armada Española. También destacó en acciones de guerra.
La preparación de la expedición
corrió a cargo de Antonio Valdés, Secretario de Marina e Indias, a quien
homenajearían dando su nombre a Puerto Valdés, en Alaska. No se escatimaron
esfuerzos económicos ni personales ya que en la dotación de las corbetas Descubierta
y Atrevida, que eran los nombres de los barcos de James Cook (Resolution
y Disovery), navegaron los mejores oficiales de la Marina, tres
naturalistas, dibujantes, pintores y expertos científicos. El objetivo era
desarrollar una actividad enciclopédica: trazar derroteros, cartografiar las
costas, elaborar estudios de historia natural incluyendo flora, fauna, geología
o mineralogía, descripciones etnográficas en las áreas fronterizas, recopilar
noticias y datos sobre el estado del comercio. En definitiva, conocer
exhaustivamente los territorios.
La expedición partió de Cádiz el
30 de julio de 1789, recabó en las Islas Canarias, atracó en Montevideo, marchó
a las Islas Malvinas, cruzó el Cabo de Hornos y fue subiendo por la costa
atlántica: Chiloé, Talcahuano, Valparaíso, Coquimbo, El Callao, Guayaquil,
Panamá y Acapulco. Desde aquí se dirigió en dirección norte hasta Alaska y
desde Puerto Valdés volvió hacia el sur, a Nutka y Acapulco para cruzar el
Pacífico hasta Manila, Indonesia, Melanesia, Nueva Zelanda, Australia, Tonga y El
Callao. Rodeó nuevamente el Cabo de Hornos, recabó en Puerto Deseado y
Montevideo y regresó a Cádiz en septiembre de 1794. No llegó a dar la vuelta al
mundo, como era su objetivo, atravesando el Índico, a causa de la guerra con
Francia.
En su límite norte alcanzaron la
bahía de Yakutat y el fiordo Prince Wiliam, en Alaska, para confirmar que no
existía el Paso del Noroeste, tan deseado como inaccesible en aquellos tiempos.
Recordemos que no fue hasta principios del siglo XX, con Amundsen, cuando se
descubrió el mismo.
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