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Viaje a Alaska y Canadá 78. Bajo la lluvia hacia Juneau.


 

Decidimos salir tras cumplir con nuestros deberes, pero nos topamos con una tormenta en toda regla, el tercer inconveniente del día. Desde el muelle de la cubierta 2 nos dimos la vuelta y nos dirigimos al comedor de la cubierta 11. Mucha gente pensó lo mismo que nosotros: esperar comiendo.

Las caras de los cruceristas eran un poema, sombrías, un pelín desesperadas, algo más relajadas tras el enésimo bocado. Al lanzar la vista sobre los ventanales daba un poco de depre. Aquello no tenía visos de escampar. Sin embargo, los aguaceros de verano pueden ser intensos y breves, vamos, que no se prolonguen varios días. Esa era nuestra esperanza. Y si no abría, echaríamos mano de nuestro carácter más intrépido. Aunque, casi mejor, que no hubiera que demostrarlo.

Realmente, el barco tendría que haber atracado más tarde, sobre las 13:30, con lo que disponíamos de suficiente tiempo para nuestra excursión. Y a esa hora nos movilizamos con poca convicción, todo sea dicho. El viajero es un ser sacrificado.



La lanzadera del muelle nos condujo a la ciudad y allí esperamos la salida de nuestro transporte al glaciar Mendenhall junto al teleférico, que ascendía entre la espesa niebla hacia el monte Roberts. La montaña era una buena opción para el senderismo en tiempos menos lluviosos.

Quedé imantado por la lluvia. Su fuerza, su monotonía agresiva sin respiro acapararon mi atención y me quedé embobado observando el torrente de agua que caía sin parar. Quizá mi mirada creyó que podría concentrarse y obrar el milagro de que cesara la lluvia y nos dejara tranquilos para poder completar nuestros objetivos sin demasiados inconvenientes. Pero está claro que no he nacido para mago y que el estruendo de la lluvia al chocar contra el suelo, los tejados o los coches no se amilanó con mi debilitada mirada. Quizá un observador independiente se hubiera sorprendido con mi cara de pardillo contemplando aquel fenómeno.

Sin embargo, las fuerzas del aguacero flaquearon y tuvieron misericordia de estos sufridos viajeros necesitados de cariño tras los reveses de la mañana. Remitió el temporal y la lluvia se transformó en calabobos asumible, y no temible, como hasta aquel momento. Respiramos y nos metimos en el autobús, que se empañó en cuestión de segundos. El conductor dijo algo ininteligible y se rio con fuerza, como si hubiera absorbido toda la potencia de la lluvia. Ya no lloraba el cielo sobre Juneau.

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