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Viaje a Alaska y Canadá 73. Saliendo de Sitka.


 

Me debatía entre esa atracción y la de regresar a la comodidad de mi hogar con un clima más benigno, aunque, desde luego, sin punto de comparación con su oferta de belleza. Hasta la fecha, no he recibido oferta alguna para trasladarme a Alaska. Todo se andará.

Empezó a llover con cierta intensidad y la cubierta se fue despoblando. Allí me quedé intentando atrapar imágenes en blanco y negro, las nubes simulando mantos vaporosos sobre las montañas escalonadas. Iba cambiando de sitio, buscando las masas forestales, las islas solitarias, los reflejos metálicos. El barco inició sus maniobras, se separó del muelle, enfiló hacia su destino y fue engullido por los canales y las islas. Nuestro barco era el último en partir.

El color del mar era enharinado, denso, entre azul y verde jaspeado por el blanco de la espuma de las olas. Todo lo acompañaban nubes densas, bajas, acariciantes. Las montañas parecían cubiertas por pieles de animales mitológicos y desconocidos que las abrigaban, Las cumbres estaban despejadas de nieve, salvo algún parchecito testimonial. Surgió algún yate, un barco que me resultó diminuto.



Un faro asomaba sobre los árboles.

Esas imágenes se reprodujeron a lo largo de nuestro recorrido.

Me bajé al camarote y, como si le hiciera el relevo a Jesús, éste se fue al gimnasio mientras yo escribía un rato y descansaba un poco tumbado en la cama. Me sentía denso, impropio de aquella hora de la tarde. Nuevamente el jet lag se prolongaba en exceso.

Cuando volví a salir me encontré con la sorpresa del balanceo muy perceptible del barco. El mar estaba bastante picado y cargaba con fuerza sobre los costados del crucero. En los pasillos topabas alternativamente contra las paredes y avanzabas dando tumbos, como si estuvieras borracho. Las posibilidades de marearse eran enormes y más de un pasajero tuvo una noche toledana. Me pareció increíble que el cuerpo de baile del espectáculo no se descalabrara al ejecutar alguno de los números más arriesgados. Quizá estaban acostumbrados. Por cierto, el espectáculo era un tributo a los musicales de Broadway.

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