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Viaje a Alaska y Canadá 71. Alaska Raptors Center.


 

El paisaje lucía melancólico, quizá un poco tenebroso bajo la impenetrable capa de nubes negras que arrojaban agua con intensidad maléfica, como en exabruptos o estremecimientos del cielo. Quizás requiriera nuestras condolencias, nuestra solidaridad por el hartazón de lluvia, que repiqueteaba sobre el techo del autobús. Se respiraba obstinada soledad. Los cristales se empañaron e impidieron observar otro tramo de bosque y de mar, de canales o de bahía.

En el Alaska Raptor Center llevaban cuarenta años rescatando rapaces y educando al público para excitar su conciencia medioambiental. Atendían unas doscientas aves al año. Una vez que las aves heridas eran rehabilitadas las devolvían a su entorno salvaje. Como en el caso de Fortress of the Bear, esta entidad sin ánimo de lucro se financiaba con las entradas, las donaciones, especialmente de sus patrocinadores, como Royal Caribbean, e iniciativas singulares, como la adopción de una de estas maltratadas aves.



Las instalaciones ocupaban un espacio del Tongass National Forest, lo que permitía entrar en contacto con el bosque húmedo, ese que se intuía en la navegación, denso, secreto, impenetrable. Se repetía en toda la zona de nuestro crucero. Muchos de los árboles eran poderosos ejemplares centenarios cuyas copas se lanzaban con vigor a la conquista del cielo.

Pasamos al interior, nos dieron unas breves explicaciones y nos rogaron encarecidamente que no fotografiáramos con flash, ya que excitaba a las aves.

La protagonista absoluta era el águila calva, de cabeza blanca, gesto inteligente, como si siempre estuviera pergeñando algo. Su pico era amarillo y el plumaje pardo, brillante, imponente. Aquel ejemplar se portó estupendamente y nos brindó un pequeño vuelo.



Las aves en cautividad se volvían vagas, por lo que el objetivo de su rehabilitación era que se ejercitaran mientras eran objeto de las atenciones del centro. Esto implicaba amplios espacios para que pudieran volar en un ambiente lo más similar posible a su hábitat natural, de ahí la necesidad de habilitar amplias estancias o acotar partes del bosque. Desde unas ventanas veladas contemplamos una de esas experiencias. Era una nave grande que dejaba penetrar la lluvia o la nieve para que pudieran sentirse lo más cercanas posibles a sus condiciones anteriores a la cautividad.



En el exterior, algunas ocupaban jaulas individuales. Sin embargo, lo habitual era que volaran en el bosque acotado. Nos llamaron la atención los diferentes tipos de búhos, algunos muy pequeños.

Otra gran experiencia.

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