El paisaje lucía melancólico,
quizá un poco tenebroso bajo la impenetrable capa de nubes negras que arrojaban
agua con intensidad maléfica, como en exabruptos o estremecimientos del cielo.
Quizás requiriera nuestras condolencias, nuestra solidaridad por el hartazón de
lluvia, que repiqueteaba sobre el techo del autobús. Se respiraba obstinada
soledad. Los cristales se empañaron e impidieron observar otro tramo de bosque
y de mar, de canales o de bahía.
En el Alaska Raptor Center
llevaban cuarenta años rescatando rapaces y educando al público para excitar su
conciencia medioambiental. Atendían unas doscientas aves al año. Una vez que
las aves heridas eran rehabilitadas las devolvían a su entorno salvaje. Como en
el caso de Fortress of the Bear, esta entidad sin ánimo de lucro se financiaba
con las entradas, las donaciones, especialmente de sus patrocinadores, como
Royal Caribbean, e iniciativas singulares, como la adopción de una de estas
maltratadas aves.
Las instalaciones ocupaban un
espacio del Tongass National Forest, lo que permitía entrar en contacto con el
bosque húmedo, ese que se intuía en la navegación, denso, secreto, impenetrable.
Se repetía en toda la zona de nuestro crucero. Muchos de los árboles eran
poderosos ejemplares centenarios cuyas copas se lanzaban con vigor a la
conquista del cielo.
Pasamos al interior, nos dieron
unas breves explicaciones y nos rogaron encarecidamente que no fotografiáramos
con flash, ya que excitaba a las aves.
La protagonista absoluta era el
águila calva, de cabeza blanca, gesto inteligente, como si siempre estuviera
pergeñando algo. Su pico era amarillo y el plumaje pardo, brillante, imponente.
Aquel ejemplar se portó estupendamente y nos brindó un pequeño vuelo.
Las aves en cautividad se
volvían vagas, por lo que el objetivo de su rehabilitación era que se ejercitaran
mientras eran objeto de las atenciones del centro. Esto implicaba amplios
espacios para que pudieran volar en un ambiente lo más similar posible a su
hábitat natural, de ahí la necesidad de habilitar amplias estancias o acotar partes
del bosque. Desde unas ventanas veladas contemplamos una de esas experiencias. Era
una nave grande que dejaba penetrar la lluvia o la nieve para que pudieran
sentirse lo más cercanas posibles a sus condiciones anteriores a la cautividad.
En el exterior, algunas ocupaban
jaulas individuales. Sin embargo, lo habitual era que volaran en el bosque
acotado. Nos llamaron la atención los diferentes tipos de búhos, algunos muy
pequeños.
Otra gran experiencia.
0 comments:
Publicar un comentario